
El centro histórico de Sevilla ha ido poblándose a lo largo de la historia con una ingente cantidad de iglesias, conventos y monasterios, que constituyen un excepcional patrimonio artístico. Podemos decir que se trata, junto con Roma, de la ciudad con el conjunto de arquitectura cristiana más amplio y de mayor calidad en el mundo. Los ejemplos más antiguos se remontan a la Edad Media, cuando se levantaron muchas de las históricas parroquias que han llegado hasta nuestros días, como San Marcos, Omnium Sanctorum o Santa Ana.
Tras la conquista cristiana, se asentaron en la ciudad numerosas órdenes religiosas, que construyeron sus centros monásticos sobre terrenos cedidos por la corona, que conseguía de esta forma incentivar la repoblación. Ya en el mismo siglo XIII, se fundan en Sevilla conventos femeninos como San Clemente, Santa Clara o San Leandro, y otros masculinos, como los de San Pablo, la Trinidad o San Francisco.
Desde principios del siglo XVI, Sevilla se convierte en ‘Puerto y Puerta de América’, canalizando todo el comercio entre Europa y el nuevo Mundo. Esta circunstancia supuso un enorme impulso para las órdenes religiosas en la ciudad, ya que de aquí partiría una ingente cantidad de sacerdotes, frailes y monjas, encargados de la evangelización del ‘Nuevo Mundo’.
Durante el Barroco, ya en los siglos XVII y XVIII, la construcción de iglesias experimentaría un nuevo periodo de esplendor y muchas de las antiguas iglesias medievales fueron profundamente remodeladas o incluso sustituidas. Fue entonces cuando se levantaron templos como San Luis de los Franceses o El Divino Salvador, que merecen estar entre los ejemplos más sobresalientes de este estilo a nivel nacional.