Sevilla cuenta con una excepcional colección de palacios y casas señoriales, fruto de su pasado esplendor comercial y de su carácter de centro de poder a lo largo de la historia. Son muy escasos los restos de palacios musulmanes que han llegado hasta nuestros días, por lo que podemos considerar el Palacio Gótico del Alcázar como el más antiguo conservado en la ciudad. Fue mandado construir en el siglo XIII por Alfonso X, muy poco tiempo después de la conquista.

También en el Alcázar, el Palacio del Rey Don Pedro, construido a mediados del siglo XIV, es una auténtica joya de la ciudad, constituyendo el ejemplo más completo y hermoso de la arquitectura civil del mudéjar. Siguiendo su modelo, las familias aristocráticas de la ciudad construyeron sus residencias a lo  largo y ancho del casco histórico de la ciudad ya desde la Baja Edad Media. 

Aunque contamos con algunos ejemplos del siglo XV, el verdadero esplendor de la arquitectura palaciega en Sevilla se da en el XVI, cuando el influjo renacentista llegado de Italia se une a la tradición mudéjar de la ciudad, para dar como resultado un exquisito estilo al que pertenecen ejemplos tan hermosos como la Casa Pilatos o el Palacio de Dueñas.

Todos ellos siguen un esquema bastante parecido en su estructura, con los espacios más importantes de la residencia en torno a un patio principal, que generalmente se encuentra porticado en sus dos alturas, con columnas de mármol sosteniendo arcos de medio punto o rebajados, a menudo profusamente decorados con motivos platerescos o de tradición mudéjar. El resto de dependencias se articulan en torno a patios menores o pequeños jardines, que varían dependiendo de las dimensiones y relevancia del palacio. Al exterior, suelen enfatizar la entrada principal con portadas de mármol que siguen por lo general modelos renacentistas italianos.

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