La Puerta de la Asunción, en la avenida de la Constitución, es la entrada principal a la Catedral de Sevilla. Sin embargo, su terminación no se abordó hasta bien entrado el siglo XIX, por iniciativa del cardenal Cienfuegos Jovellanos. En una primera fase, entre 1827 y 1831, se construyó la portada según un proyecto del arquitecto Fernando de Rosales. Se hizo en un estilo neogótico, con el objetivo de que casara bien con el resto de la catedral y en concreto con las puertas que están a cada lado, la del Bautismo y la de San Miguel, que sí que son góticas del siglo XV.
La falta de presupuesto para continuar las obras hizo que para la decoración escultórica hubiera que esperar aún cincuenta años más. Fue encargada a Ricardo Bellver, uno de los escultores con más prestigio en el país en aquel momento, autor de “El Ángel Caído” que se encuentra en El Retiro de Madrid.
En 1885 terminó la decoración escultórica del tímpano, para el que realizó el conjunto de la Asunción de la Virgen, y en los años posteriores iría realizando la serie de esculturas de apóstoles y santos ubicados en las hornacinas a los lados de la puerta. Se le encargaron un total de 40, pero sólo llegó a realizar 39, ya que, una vez más, el presupuesto se volvió a agotar.
El conjunto del tímpano fue realizado en piedra de Monóvar y presenta el tema de la Asunción de la Virgen siguiendo unos esquemas bastante clásicos, con el objetivo de no desentonar con la decoración entre gótica y renacentista del resto de puertas de la Catedral. Representa a la Virgen en el centro de la composición, enmarcada en una mandorla, en actitud de ascender sostenida por ángeles, que la elevan desde el sepulcro abierto a sus pies hasta la figura de Dios Padre, que aparece en el vértice. A ambos lados, entre nubes, aparecen una serie de ángeles, algunos de ellos tocando instrumentos musicales.
En el extremo de la derecha desde el punto de vista del espectador, aparece uno de los aspectos más entrañables de la composición. El ángel femenino que aparece tocando un órgano portátil es la representación de la mujer del escultor, Pilar Ferrant, que falleció en 1880 con tan sólo 23 años, coincidiendo en el tiempo esta circunstancia con la realización de los bocetos preparatorios de la obra. Al año siguiente, fallece también el hijo primogénito de ambos, Luis Bellver, con muy corta edad. El escultor decide representarlo también como un pequeño ángel en la composición definitiva. Y así aparecen madre e hijo, mirándose entre sí, representados como ángeles junto a la Virgen, en la portada principal de la Catedral de Sevilla.
Como ya mencionábamos, en los años siguientes, entre 1885 y 1899, el escultor iría realizando la serie de santos ubicados a ambos lados de la puerta. La realización de estas esculturas no estuvo exenta de polémica, más que por su estilo, por el material en el que fueron realizadas. Los fondos de los que disponía el Cabildo de la Catedral para la realización de las obras eran limitados, así que encargó al artista que en lugar de la piedra utilizara para su elaboración el cemento Portland, mucho más económico.
Nada más ser colocadas las primeras esculturas, empezaron a difundirse la críticas entre artistas y eruditos de la ciudad, que consideraban este material indigno de utilizarse para la ornamentación de la portada de una catedral. Se argumentó que si no era posible realizar las obras en piedra, al menos se debería haber optado por el barro cocido, material que se escogió para la decoración de las puertas de la catedral de los siglos XV y XVI. El tema llegó hasta la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que finalmente respaldó la buena labor del artista, aunque lamentando que el material no fuera de una dignidad más adecuada al monumento.
Independientemente de los materiales impuestos por las circunstancias, hay que decir que la calidad del escultor queda patente en su obra para Sevilla. No hay que olvidar que existía otro importante condicionante: el marco gótico en el que debían encuadrarse las obras y con el que no podían desentonar. Esta circunstancia restó sin duda libertad creativa al autor y lo hizo tener que adaptarse a unos esquemas compositivos muy rígidos. Sin embargo, las esculturas están realizadas con gran detalle y muy documentadas en cuanto a los símbolos o atributos que porta cada santo. A pesar del color oscuro al que tiende el cemento, es posible apreciar la calidad escultórica tanto en el tratamiento de los ropajes como en la cuidada y contenida expresión de los rostros.
La idea inicial para la portada incluía muchas más esculturas, con la idea de llenar también los doseletes de las arquivoltas, pero finalmente el proyecto se detuvo y el conjunto ha llegado inconcluso hasta nuestros días. Sin embargo, con la conjunción del estilo neogótico y la labor escultórica de Bellver se consiguió dar una solución bastante digna a la cuestión, consiguiendo que la portada principal se muestre en la actualidad como un elemento en armonía con el resto de la Catedral Hispalense.