Pedro I de Castilla, llamado “el Cruel” por sus detractores y “el Justiciero” por sus partidarios, reinó entre 1350 y 1366, siendo uno de los monarcas más vinculados históricamente a Sevilla. Fijó en esta ciudad su capital durante buena parte de su reinado y su fuerte y conflictivo carácter han hecho que todavía hoy sea posible narrar numerosas leyendas ligadas a su paso por la ciudad.
Una de las más célebres es la que ha dejado como huella el nombre de la calle Cabeza del Rey Don Pedro y el busto con su figura que puede verse en una hornacina en el número 30 de la misma. La leyenda cuenta que en una de sus habituales correrías nocturnas, don Pedro se encontró con un miembro de la familia rival de los Guzmanes, partidarios del hermanastro del rey, Enrique de Trastámara, en la disputa que ambos mantenían por el trono de Castilla.
Al parecer, se enzarzaron en una reyerta y don Pedro acabó por dar muerte a su oponente, huyendo después, confiado en que nadie había presenciado el suceso. Pero una anciana vecina de la misma calle estaba asomada a su ventana alumbrándose con un candil y fue testigo de los hechos. La mujer no pudo distinguir el rostro de los caballeros, pero sí que reconoció al rey al marcharse, ya que el monarca padecía una leve cojera y sus rodillas producían una especie de chirriar al caminar que era conocido por todo el mundo en la ciudad.
Al día siguiente, los Guzmanes acudieron al Alcázar reclamando justicia y, para acallar rumores, don Pedro ofreció una gran recompensa a quien fuera capaz de identificar al autor de la mortal agresión. Prometió, además, que colocaría la cabeza del asesino en una hornacina sobre el lugar del crimen.
La anciana acudió al llamamiento, pero pidió al rey privacidad a la hora de desvelar la información que poseía. Cuando estuvieron a solas, le mostró al monarca un espejo y le indicó que en él podría ver al autor de los hechos. Asombrado el rey, declaró que efectivamente la mujer le había desvelado la autoría del crimen y que cumpliría colocando la cabeza del asesino en el lugar que había prometido. Sin embargo, argumentó que el homicida era una persona muy importante en la ciudad y que su exposición pública podría ser causa de desórdenes, así que dispuso que la cabeza fuera colocada en una caja de roble protegida por una gruesa reja.
Cuando en 1366, Enrique II logró hacerse con el trono tras matar con sus propias manos a su hermano en Montiel, los Guzmanes se apresuraron a abrir la caja para averiguar la verdadera identidad de su familiar asesinado. Fue entonces cuando toda Sevilla quedó perpleja al contemplar que lo que la caja albergaba era la efigie en pìedra del propio Pedro I, que se había servido de este ardid para cumplir su promesa y proteger su inocencia al mismo tiempo.
Finalmente, se decidió que el busto del monarca permanecería, ahora expuesto, en el mismo lugar donde hoy podemos verlo, como testimonio de lo ocurrido.
Sin embargo, la casa original en la que se ubicó la cabeza del rey fue derribada a finales del siglo XVI y la figura del monarca que hoy podemos ver es mucho posterior a los hechos que narra la leyenda. Se trata de un busto realizado por Marcos Cabrera hacia 1630, por encargo del ayuntamiento con el objetivo de perpetuar la memoria de lo sucedido. El escultor representa a don Pedro de medio cuerpo, en pose de gran dignidad, envuelto en una capa y ostentando los atributos reales: la corona, la espada y el cetro.
La cabeza original fue rescatada del derribo por el Adelantado Mayor de Andalucía Fernando Enríquez de Ribera, propietario de la Casa de Pilatos, y aún hoy puede contemplarse en una hornacina en el apeadero de este emblemático palacio sevillano. En este caso, la efigie, que se halla muy deteriorada por el paso del tiempo, muestra una mayor sencillez en sus rasgos. Aún se puede vislumbrar la nariz aguileña, una mandíbula pronunciada y una cabellera corta que cae en dos mitades con flequillo, cubierta por una especie de bonete. El pedestal sobre el que se ubica, en el que aparecen las armas de León y Castilla y el nombre del rey, es con toda seguridad posterior.
Como resumen, podemos decir que la cabeza de este monarca castellano es el núcleo central de una de las numerosísimas y apasionantes leyendas que pueblan las calles de Sevilla, avivada en este caso por los bustos de piedra que han llegado hasta nuestros días: tanto el original, hoy en la Casa de Pilatos, como la reconstrucción del siglo XVII, emplazada en el lugar en el que efectivamente se enmarcaron los hechos.