MONASTERIO DE SANTA PAULA

El Monasterio de Santa Paula, de monjas de la Orden de San Jerónimo, se encuentra en pleno centro de Sevilla, muy cercano a la iglesia de San Marcos y vecino de otro de los grandes conventos de la ciudad, el de Santa Isabel. Llegó a ocupar una extensión mucho mayor de la actual, ya que sus huertas se extendían hacia el norte, en lo que hoy es la zona de naves en torno al Pasaje Mallol.

En su origen, tuvieron un papel fundamental dos mujeres de orígenes aristocráticos. La primera de ellas fue Ana de Santillán y de Guzmán, que, después de enviudar y perder a su única hija, fundó el monasterio en 1473 tras obtener una bula del Papa Sixto IV. 

Apenas una década después, parece que las modestas instalaciones del nuevo monasterio se quedaron ya pequeñas ante la afluencia de monjas. Fue entonces cuando intervino como patrocinadora doña Isabel Enríquez, que, también después de enviudar, se hizo cargo de su remodelación y ampliación. Fue ella quien costeó la construcción de la iglesia conventual que ha llegado hasta la actualidad, donde precisamente encontramos su sepulcro y el de su marido, Juan de Braganza.

El conjunto del monasterio presenta una estructura muy compleja, fruto de su dilatada historia, y mezcla el estilo gótico mudéjar original, con elementos renacentistas y barrocos, sobre todo de los siglos XVI y XVII. Ya en el siglo XX experimentaría otra importante remodelación, esta vez de la mano de la que fue su priora durante más de cuarenta años, sor Cristina de Arteaga, que impulsó la idea de crear un museo remodelando algunas de las dependencias del monasterio para exponer parte del patrimonio artístico que se había ido atesorando durante siglos. A este patrimonio se sumó la aportación personal de sor Cristina, como heredera de una notable familia aristocrática.

El acceso principal al conjunto monástico se realiza por una hermosa portada del siglo XVI, realizada en ladrillo con forma de arco conopial, siguiendo el estilo gótico mudéjar. Sobre ella se encuentra un panel de azulejos representando a Santa Paula, obra de finales del siglo XIX realizada para sustituir al conjunto original perdido durante la Revolución de 1868.

Junto con esta portada, el elemento exterior más destacable del monasterio es su hermosa espadaña de dos cuerpos, realizada en el siglo XVII por Diego López Bueno. Está ricamente decorada con detalles cerámicos, motivos geométricos, pilastras adosadas y elementos simbólicos que aluden a la Orden de San Jerónimo.

Ya en el interior, se abre a hacia un patio ajardinado la portada de la iglesia, que constituye una verdadera joya artística del siglo XVI en Sevilla. Está construida en ladrillo de dos tonos que le dan un aire mudéjar muy pronunciado, pero a su vez tiene una marcada forma ojival característica del gótico. Además incluye elementos claramente renacentistas, como su exquisita decoración cerámica, en la que sabemos que participó el italiano afincado en Triana, Niculoso Pisano. Junto a él, trabajó también Pedro Millán, el primer escultor sevillano del que conocemos su nombre, que colaboró con Mercadante de Bretaña en la decoración escultórica de las puertas del Bautismo y de San Miguel de la Catedral. Enmarcando el arco se disponen una serie de tondos claramente renacentistas con la representación de diversos santos. De hecho, el que se ubica en el centro, con una representación de la Natividad, proviene del célebre taller florentino de los Della Robbia y probablemente sirvió de modelo para los demás. En el tímpano aparece el escudo de los Reyes Católicos, enmarcado por otros dos con sus característicos símbolos del yugo y el haz de flechas, alusivos a la unidad de los reinos peninsulares acaecida durante su reinado.

Al interior, la iglesia presenta la forma característica de los templos conventuales sevillanos, con planta de cajón, es decir, de una sola nave. El grueso de la iglesia está cubierto por artesonado de madera, mientras que la cabecera , la zona más sagrada, se halla cubierta por piedra, con bóvedas de nervadura gótica. En el interior, la decoración escultórica y pictórica es muy rica, principalmente de los siglos XVII y XVIII, lo que le da al conjunto un aire muy barroco. Encontramos obras de autores tan destacados como Alonso Cano, Martínez Montañés o Alonso Vázquez.

Además de la iglesia y de las dependencias dedicadas al museo, son de destacar en el monasterio sus dos claustros. El más antiguo es el llamado patio chico, con planta cuadrada enmarcada por galería de arcos peraltados sobre columnas de mármol de distintas alturas, síntoma de su procedencia de construcciones anteriores. El claustro más grande y principal del convento es ya una obra del siglo XVII de Diego López Bueno, de planta cuadrada con dos niveles de galerías de arcos de medio punto, muy peraltados, sobre columnas de mármol.

Terminamos por ahora esta pequeña referencia a un conjunto monástico que daría por sus tesoros artísticos para escribir varios volúmenes. Simplemente recomendar su visita, de la que además nos podemos llevar también un dulce recuerdo en forma de algunos de los exquisitos productos elaborados por las monjas y puestos a la venta en el propio monasterio.

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