La capilla del Carmen de Triana se levanta como un pequeño faro junto al puente, constituyendo uno de los elementos arquitectónicos más reconocibles y apreciados del barrio.
Es una de las últimas obras de Aníbal González, quien la concluyó en 1928, tan sólo un año antes de su muerte. Este arquitecto es probablemente el que más ha influido en la fisonomía de la Sevilla que ha llegado hasta nosotros. Tras unas obras iniciales con un cierto carácter modernista, a partir de 1909 se vuelca en el historicismo y pasa a conformarse como el principal ejemplo de la arquitectura regionalista, que marcará la estética imperante en la ciudad durante las primeras décadas del siglo XX.
Sus obras más reconocibles y célebres son las realizadas para la Exposición Iberoamericana de 1929, como las actuales sedes de los museos Arqueológico y de Costumbres Populares, el Pabellón Real y, sobre todo, el Pabellón y la Plaza de España. Este último conjunto, en un espectacular estilo neobarroco que combina el uso de elementos como el ladrillo, la cerámica o la forja, ha llegado a constituirse en uno de los iconos arquitectónicos indiscutibles de la ciudad, a pesar de que cuenta con menos de un siglo de existencia.
El Ayuntamiento le encargó al arquitecto esta capilla para sustituir una anterior con la misma advocación que existía en las inmediaciones, donde hoy están las escaleras de acceso al Mercado de Triana. Se trataba de un edificio, también de reducidas dimensiones, construido en el siglo XIX para albergar un pequeño lienzo anónimo que representa a la Virgen del Carmen. Cuando se acometió en ensanche de la plataforma del puente, se ensanchó también la calzada por el Altozano y para ello se optó por derribar la antigua capilla en 1918. Para preservar la devoción del barrio a esta imagen de la Virgen del Carmen, se construyó el pequeño templo que ha llegado hasta nuestros días. En él se da culto a ese lienzo de la Virgen que ya era objeto de devoción en la capilla desaparecida.
El templo actual cuenta con dos elementos principales. En primer lugar, la capilla en sí, cubierta por cúpula semiesférica, que a su vez se remata por un pequeño templete que alberga las imágenes de las Santas Justa y Rufina sosteniendo la Giralda entre ambas. Por otro lado, se sitúa un pequeño campanario de planta octogonal. Entre ambos, sirve como conexión un espacio rectangular que, al igual que el espacio cilíndrico principal, cuenta con un acceso propio.
Todo el conjunto está realizado en ladrillo visto, que algunas partes se dispone formando motivos decorativos geométricos que recuerdan a los paños de sebka de la torre de la catedral. Tanto la cúpula, como los remates del templete y de la torre se hallan alicatados con cerámica trianera, con una rica decoración que incluye el escudo de la orden carmelitana, entre motivos vegetales y roleos. En esta labor colaboró el ceramista trianero Emilio García García, al igual que haría con la obra de Aníbal González en la plaza de España.
En la obra de Víctor Pérez Escolano dedicada a Aníbal González en 2017, el autor describe nuestra capilla así: Esta tercera obra de carácter religioso del arquitecto es una obra muy interesante. De diminutas dimensiones, es casi un ideograma, cúpula y torre, idea de espacio sacro e idea de llamada y elevación; estamos ante unos símbolos espaciales pero extraídos de su auténtica potencia, de su espacio real en definitiva. La Capilla del Altozano, más que una capilla es una cruz de término, un humilladero, un recuerdo religioso al paso del viandante que cruza de Triana a Sevilla.
Como comentábamos, la capilla alberga de manera habitual el lienzo de la Virgen del Carmen, obra anónima del siglo XVIII, que había recibido culto anteriormente en la iglesia de Santa Ana y en la desaparecida capilla del Altozano. El cuerpo principal del templo de Aníbal González cuenta con una amplia entrada que deja ver siempre el cuadro desde el exterior. Todavía hoy persiste la costumbre de muchos sevillanos de santiguarse ante ella cada vez que pasan por el puente de Triana.