LA FARMACIA DE AURELIO MURILLO EN EL ALTOZANO

El edificio de la Farmacia Aurelio Murillo, actual farmacia de Santa Ana, es uno de los más emblemáticos del Altozano de Triana. Fue construido entre 1912 y 1914 por el arquitecto José Espiau y Muñoz y es una de las joyas del arte regionalista en el barrio. De su autor hemos hablado en otras ocasiones, ya que entre sus obras se encuentran algunas de las más icónicas del siglo XX en Sevilla, como el Hotel Alfonso XIII en la Puerta de Jerez, o el magnífico edificio de La Adriática, en la avenida de la Constitución.

En concreto, la fachada de la farmacia muestra un hermoso estilo neomudéjar. Está hecha de ladrillo visto y las ventanas y balcones tienen forma de arco de medio punto lobulados, enmarcadas por alfices que combinan la decoración cerámica con los relieves en yesería.

Afortunadamente, el interior de la farmacia ha conservado en su mayor parte su aspecto original. Especialmente destacados son sus paneles de azulejos, realizados por cerámica Montalbán siguiendo el diseño de Francisco Murillo y Manuel Vigil-Escalera.

También se ha conservado magníficamente el mobiliario y el llamado botamen, la colección de recipientes farmacéuticos, que cuenta con alrededor de 200 piezas. 

Es uno de los edificios más interesantes de los que rodean esta hermosa plaza trianera. Y es que el Altozano ha sido de alguna manera el centro neurálgico de la vida del barrio a lo largo de su historia. La principal razón es obvia: es la plaza a la que llega el puente más antiguo que une Triana con Sevilla. 

Además, antes de que se construyera el actual hacia 1850, también llegaba a este mismo punto el famoso Puente de Barcas, dispuesto por primera vez para unir ambas riveras por los musulmanes hacia el siglo XII. Estaba formado por una serie de en torno a diez embarcaciones, amarradas entre sí, sobre las que se disponía una plataforma de madera que permitía cruzar el río. Esta inestable solución fue la única conexión fija entre Sevilla y su arrabal trianero durante más de siete siglos.

Además, también desde época islámica se asentó junto a esta explanada una fortificación para la defensa de la ciudad, que sería conocido como Castillo de San Jorge tras la conquista cristiana de la ciudad. Se ubicaba en el lugar que hoy ocupa el Marcado de Triana y tuvo la particularidad de servir como sede de la Inquisición en Sevilla, por lo que sabemos que allí fueron encarcelados y torturados muchos de los acusados por esta institución. 

Pero el aspecto actual del Altozano se corresponde sobre todo a las reformas acometidas en las primeras décadas del siglo XX, cuando se acomete su ensanche para permitir el giro del tranvía desde el puente hacia la calle San Jorge.

Es en esta época cuando se construyen los hermosos edificios regionalistas que rodean el espacio. El más icónico y reconocible de ellos es la famosa Capilla del Carmen, construida entre 1924 y 1929 siguiendo el proyecto de Aníbal González, el mejor arquitecto de este estilo y también probablemente el mejor del siglo XX en Sevilla. 

Otro gran arquitecto regionalista que dejó su huella en el Altozano es José Gómez Millán. Él diseñó hacia 1927 el magnífico edificio que hace chaflán entre las calles San Jacinto y San Jorge, reconocible por sus característicos balcones acristalados. Y en el otro extremo de la plaza, ocupando el número 5, se puede citar el gran edificio con fachada de ladrillo visto que diseñó Jesús Yanguas Santafé. Originalmente sirvió de sede a la primera central telefónica que hubo en Triana y en la actualidad acoge en sus bajo el bar Akela.

En definitiva, entre los innumerables atractivos de Triana, está también el de reunir una magnífica colección de edificios de estilo regionalista, que embellecieron de manera notable las vías principales del barrio a principios del siglo XX. Y como hemos contado, podemos ver una buena muestra de ellos nada más cruzar el puente, adentrándonos en esa plaza repleta de historia de Sevilla que es el Altozano.

 

Capilla del Carmen en Triana, Sevilla, Aníbal González

LA CAPILLA DEL CARMEN DE TRIANA

La capilla del Carmen de Triana se levanta como un pequeño faro junto al puente, constituyendo uno de los elementos arquitectónicos más reconocibles y apreciados del barrio.

Es una de las últimas obras de Aníbal González, quien la concluyó en 1928, tan sólo un año antes de su muerte. Este arquitecto es probablemente el que más ha influido en la fisonomía de la Sevilla que ha llegado hasta nosotros. Tras unas obras iniciales con un cierto carácter modernista, a partir de 1909 se vuelca en el historicismo y pasa a conformarse como el principal ejemplo de la arquitectura regionalista, que marcará la estética imperante en la ciudad durante las primeras décadas del siglo XX.

Sus obras más reconocibles y célebres son las realizadas para la Exposición Iberoamericana de 1929, como las actuales sedes de los museos Arqueológico y de Costumbres Populares, el Pabellón Real y, sobre todo, el Pabellón y la Plaza de España. Este último conjunto, en un espectacular estilo neobarroco que combina el uso de elementos como el ladrillo, la cerámica o la forja, ha llegado a constituirse en uno de los iconos arquitectónicos indiscutibles de la ciudad, a pesar de que cuenta con menos de un siglo de existencia.

El Ayuntamiento le encargó al arquitecto esta capilla para sustituir una anterior con la misma advocación que existía en las inmediaciones, donde hoy están las escaleras de acceso al Mercado de Triana. Se trataba de un edificio, también de reducidas dimensiones, construido en el siglo XIX para albergar un pequeño lienzo anónimo que representa a la Virgen del Carmen. Cuando se acometió en ensanche de la plataforma del puente, se ensanchó también la calzada por el Altozano y para ello se optó por derribar la antigua capilla en 1918. Para preservar la devoción del barrio a esta imagen de la Virgen del Carmen, se construyó el pequeño templo que ha llegado hasta nuestros días. En él se da culto a ese lienzo de la Virgen que ya era objeto de devoción en la capilla desaparecida.

El templo actual cuenta con dos elementos principales. En primer lugar, la capilla en sí, cubierta por cúpula semiesférica, que a su vez se remata por un pequeño templete que alberga las imágenes de las Santas Justa y Rufina sosteniendo la Giralda entre ambas. Por otro lado, se sitúa un pequeño campanario de planta octogonal. Entre ambos, sirve como conexión un espacio rectangular que, al igual que el espacio cilíndrico principal, cuenta con un acceso propio.

Todo el conjunto está realizado en ladrillo visto, que algunas partes se dispone formando motivos decorativos geométricos que recuerdan a los paños de sebka de la torre de la catedral. Tanto la cúpula, como los remates del templete y de la torre se hallan alicatados con cerámica trianera, con una rica decoración que incluye el escudo de la orden carmelitana, entre motivos vegetales y roleos. En esta labor colaboró el ceramista trianero Emilio García García, al igual que haría con la obra de Aníbal González en la plaza de España.

En la obra de Víctor Pérez Escolano dedicada a Aníbal González en 2017, el autor describe nuestra capilla así: Esta tercera obra de carácter religioso del arquitecto es una obra muy interesante. De diminutas dimensiones, es casi un ideograma, cúpula y torre, idea de espacio sacro e idea de llamada y elevación; estamos ante unos símbolos espaciales pero extraídos de su auténtica potencia, de su espacio real en definitiva. La Capilla del Altozano, más que una capilla es una cruz de término, un humilladero, un recuerdo religioso al paso del viandante que cruza de Triana a Sevilla.

Como comentábamos, la capilla alberga de manera habitual el lienzo de la Virgen del Carmen, obra anónima del siglo XVIII, que había recibido culto anteriormente en la iglesia de Santa Ana y en la desaparecida capilla del Altozano. El cuerpo principal del templo de Aníbal González cuenta con una amplia entrada que deja ver siempre el cuadro desde el exterior. Todavía hoy persiste la costumbre de muchos sevillanos de santiguarse ante ella cada vez que pasan por el puente de Triana.

EL RETABLO CERÁMICO DEL NAZARENO DE LA O

El trabajo del barro ha sido una actividad esencial para explicar el barrio desde sus orígenes. Al margen de las hermosas leyendas fundacionales, desde un punto de vista histórico sabemos que Triana se remonta a época islámica, al entorno de los siglos XI o XII. Empezó a crecer con fuerza a raíz de la construcción del Puente de Barcas y del Castillo de San Jorge y, prácticamente desde sus inicios, tenemos constancia de la presencia de hornos alfareros en el barrio.

En los primeros tiempos de la Isbiliya musulmana, estos se asentaban sobre todo en el llamado “Barrio de los Alfareros”, que estaría ubicado aproximadamente por la zona de Puerta Jerez y el sur de la avenida de la Constitución. Cuando los gobernantes de la ciudad empezaron a acrecentar sus residencias palaciegas en el Alcázar, forzaron el traslado de estas actividades a áreas más alejadas. Hay que pensar que la alfarería era en la época una actividad bastante contaminante, ya que era necesario el funcionamiento de hornos a altas temperaturas que generaban mucho humo. 

Así que por esta época empezaron a asentarse con fuerza los alfareros en Triana, donde además de más espacio, contaban con gran disponibilidad de su materia prima, un barro de gran calidad ofrecido por el Guadalquivir en varios de sus puntos. Con él se realizaron desde siempre todo tipo de recipientes y pronto fue también la materia prima para la elaboración de azulejos cerámicos, que se empezaron a producir en el barrio ya en época islámica y que experimentaron un enorme auge sobre todo a partir del siglo XV.

En su impulso tuvo un papel fundamental Francisco Niculoso Pisano, artista de origen italiano asentado en el barrio, que introdujo la técnica para pintar en las piezas cerámicas antes de su cocción, de forma parecida a hacerlo sobre cualquier otra superficie plana. De esta forma, se pudieron superar las limitaciones formales anteriores e introducir un repertorio iconográfico mucho más amplio, con la representación de escenas y motivos decorativos mucho más naturalistas. De hecho, entre su obra encontramos algunas de las primeras muestras del arte renacentista en Sevilla, como vemos en el magnífico retablo cerámico de la Visitación que realizó para la pequeña capilla personal de Isabel la Católica en el Alcázar.

La realización de azulejos cerámicos sería una constante en el barrio y su producción se iría adaptando sucesivamente a estilos como el mudéjar, el renacentista o el barroco. En muchas ocasiones estaría vinculada a la realización de los llamados retablos cerámicos, que se ubican con un sentido devocional en espacios públicos, constituyendo elementos muy característicos de las calles de la ciudad ya desde el siglo XVII.

En Triana contamos con un hermoso e interesante ejemplo en la iglesia de Nuestra Señora de la O. En concreto, en su campanario encontramos un magnífico retablo cerámico de 150 piezas, datado hacia 1760. Representa a Nuestro Padre Jesús Nazareno, titular de la Hermandad de la O, aunque no reproduce la imagen concreta del titular obra de Pedro Roldán, sino una representación genérica de la advocación, enmarcada en un paisaje agreste. Bajo él, puede leerse Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos, en alusión a la frase pronunciada por Jesús y recogida en el Evangelio de Lucas (Lc. 23, 28).

Además de la importancia artística del retablo, tiene también la relevancia de ser uno de los más antiguos conservados en la ciudad y el primero que representa a un titular de una hermandad de Semana Santa, inaugurando así una tradición que tendría gran calado en la ciudad, sobre todo a partir de principios del siglo XX.

Precisamente desde finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX se produce una época de verdadero esplendor de la cerámica trianera, vinculada sobre todo a la difusión de la arquitectura regionalista. Esta corriente, que podríamos incluir dentro del historicismo, defendía la utilización de recursos formales y estilísticos que se consideraban propios de la tradición sevillana y andaluza, por lo que se entremezclaban elementos considerados de raíz popular con otros que tenían claras reminiscencias, mudéjares, renacentistas o barrocas. 

El regionalismo experimentaría un impulso definitivo a raíz de que se decidiera la celebración en Sevilla de la Exposición Iberoamericana de 1929. No solo las instalaciones destinadas a albergarla, sino muchas de las nuevas obras emprendidas para mejorar la ciudad, se hicieron en este estilo. Esta circunstancia conllevó que los talleres trianeros funcionaran a pleno rendimiento, por lo que muchas de las grandes sedes de firmas cerámicas que han llegado hasta nuestros días corresponden a este período de finales del XIX y principios del XX, como Mensaque en San Jacinto, Santa Ana en San Jorge o Montalván en la calle Alfarería.

Este último ejemplo constituye una de las más hermosos en el barrio. Se conserva la sede del taller, que fue uno de los que tuvo una actividad más intensa entre 1910 y 1930. Hoy alberga un hotel, pero aun puede admirarse el magnífico conjunto de rótulos comerciales cerámicos que lo decoraron. Anexo a él y haciendo esquina con la calle Covadonga, se encuentra la llamada Casa Montalván, trazada por el arquitecto Juan Talavera y Heredia hacia 1927. Se trata de uno de los más destacados arquitectos de la época, que dejó con esta obra una preciosa joya del regionalismo en Triana. 

El objetivo del inmueble era el de servir como soporte expositivo para los trabajos cerámicos que se realizaban en el taller adjunto. Es decir, tanto en su fachada como en sus estancias principales, está decorado con un magnífico conjunto de azulejería que permitía a los propietarios mostrar a posibles clientes la calidad de los trabajos que salían del taller. Además, la cercanía cronológica entre la elaboración de la casa la Exposición Iberoamerica parece que influyó en cierta medida en el arquitecto, ya que la vivienda parece mostrar un cierto aire colonial en sus trazas, como vemos en el balcón corrido que se extiende por todo lo largo de la fachada y en el voladizo de madera que lo cubre.

Por desgracia, en la actualidad no queda ni un solo taller cerámico en activo en Triana. Sin embargo, ejemplos como este nos ayudan a rememorar hasta qué punto esta actividad ha sido determinante para el barrio, dotándolo de algunas de sus joyas arquitectónicas más destacadas.

 

LA CALLE PUREZA

La calle Pureza es una de las más emblemáticas de Triana y seguramente una de las primeras que tuvo el barrio. Esto es debido a que unía dos de sus principales y más antiguos hitos: el puente de Barcas, que se emplazó durante siglos donde hoy está el puente de Isabel II, y Santa Ana, el principal templo de Triana, mandado construir por Alfonso X a finales del siglo XIII.

El trazado de esta calle es el camino más corto entre ambos puntos, por lo que es muy probable que fuera uno de los principales ejes en torno a los que los habitantes del barrio fueron asentando sus viviendas. 

De hecho, tenemos noticias de que ya fue una zona habitada desde época islámica. Las excavaciones arqueológicas han mostrado que era un área con numerosos talleres y hornos de alfarería. En los primeros siglos de la Isbiliya musulmana, estas actividades se asentaron sobre todo en torno Puerta Jerez y el sur de la avenida de la Constitución, donde algunos autores sitúan incluso un “barrio de los alfareros” por la cantidad de restos aparecidos. 

Sin embargo, a medida que las estancias palaciegas del Alcázar se fueron engrandeciendo, estos artesanos fueron empujados a áreas más alejadas, ya que a los gobernantes no les era grato tenerlos tan cerca de sus viviendas. Hay que recordar que la alfarería era una actividad bastante contaminante para la época, sobre todo por el humo que desprenderían los hornos.

Así que seguramente fue en este contexto cuando los alfareros empezaron a asentarse al otro lado del río. Además, con la construcción en 1171 del puente de Barcas, se facilitaba el tráfico tanto de personas como de sus mercancías entre ambas orillas.

Al parecer, el trabajo del barro siguió siendo una actividad característica del barrio y en concreto de este área tras la llegada de los cristianos. De hecho, recibiría un nuevo impulso desde finales del siglo XV, cuando el célebre Niculoso Francisco Pisano se asentó en unos terrenos a la altura del actual número 44 de la calle. 

Este ceramista de origen italiano es una figura imprescindible para entender la historia de la cerámica trianera y sevillana. Introdujo una nueva técnica que consistía en pintar directamente sobre los azulejos esmaltados en blanco antes de su cocción, como si se hiciera sobre un lienzo, lo que supuso una mayor variedad formal y temática. De esta forma, se podían representar no solo motivos geométricos o vegetales, sino también escenas más complejas, con paisajes y personajes. De hecho, se considera a Pisano uno de los primeros introductores del arte renacentista en la ciudad. El panel conmemorativo que podemos ver en el citado inmueble lo recuerda así:

En los terrenos que ocupa este edificio, estableció su taller y hornos, a finales del siglo XV, el ceramista Niculoso Francisco Pisano. Pionero introductor del renacimiento y de una nueva técnica de pintura cerámica que dio gran fama a Triana y a Sevilla por la perfección alcanzada en esta industria.

En la iglesia de Santa Ana, situada no lejos de este emplazamiento, encontramos la primera obra conservada de Pisano. Se trata de la misteriosa lauda sepulcral de Íñigo López. En ella aparece yacente el personaje, con las manos cruzadas a la altura de la cintura y una cruz sobre su pecho. Le sostiene la cabeza un almohadón blanco con borlas en las esquinas y en el marco puede leerse el nombre del autor, el de la figura representada y el año de su realización (1503). La parte en la que podía leerse la profesión, título o cargo del difunto fue borrada desde antiguo, lo que provocó la aparición de leyendas sobre su origen. La más comentada es la que lo identifica con un esclavo que fue asesinado por su dueño. Este, arrepentido de su acción, habría encargado la lauda a Nicoloso Pisano para enterrarlo en la principal iglesia de Triana. De este relato viene la costumbre de llamar a Íñigo el negro de Santa Ana. 

Por alguna extraña razón, durante un tiempo fue costumbre que las mujeres que deseaban encontrar pareja le golpearan la cara con un zapato, siguiendo una rara superstición. Esto provocó un gran deterioro en esta parte, que afortunadamente pudo ser recompuesta en parte con la profunda restauración que se acometió en 2016.

Además de las actividades alfareras, la cercanía al río hizo que desde muy pronto las actividades relacionadas con la pesca y la navegación tuvieran mucha importancia en la zona. De hecho, en el extremo más cercano a la actual calle Troya, se localizó un barrio de pescadores que se conoció como el barrio de San Sebastián. Con el descubrimiento de América y la nueva vocación ultramarina de Sevilla, estas actividades se verían aumentadas con el trabajo en la reparación de naves y el transporte de mercancías. Hay varios grabados de los siglos XVI y XVII donde grandes naves aparecen varadas en la zona de la actual calle Betis, mientras son sometidas a reparaciones.

De hecho, en esta misma calle tendría su primera sede la universidad de Mareantes, que fue creada en 1556 por gremios de mareantes para impartir formación en las labores relacionadas con la navegación. Se trataba así de hacer frente a la creciente demanda de mano de obra en estos ámbitos, producida por la expansión del comercio americano.

Estaba ubicada en el solar que hoy ocupa la Casa de las Columnas. Sin embargo, el magnífico edificio entre barroco y neoclásico que vemos hoy es un palacio levantado en el siglo XVIII, una vez que la universidad se hubo trasladado al palacio de San Telmo.

La calle cuenta con otros inmuebles del XVIII e incluso del XVII, pero la mayoría de ellos son de los siglos XIX y XX. De cualquier forma, incluso en las reformas más recientes, se ha dado en general a los inmuebles un sentido estético bastante uniforme en torno a las viviendas decimonónicas, lo que dota al conjunto de la calle de una cierta armonía muy hermosa. 

Hay un bello ejemplo de arquitectura manierista, que casi siempre pasa desapercibida entre sus fachadas. Se trata de la llamada casa Quemá, en el número 72. Es un palacio de finales del siglo XVI, reconvertido en la actualidad en corral de viviendas. Pudo ser residencia de algún cargo de la Inquisición, o incluso sede de alguna de las oficinas que dependieran de la sede central, en el castillo de San Jorge. Se ha dicho incluso que allí vivió el propio Torquemada y que de ahí le vendría el apelativo de casa Quemá.

En cualquier caso, su portada es un hermosísimo ejemplo del manierismo en la arquitectura civil sevillana. Está compuesta por un gran vano adintelado, con un marco de sillares almohadillados. En la parte superior, un friso de triglifos y metopas y un frontón curvo partido, con cada una de las partes formando roleos. Sobre él, un ático cubierto con frontón triangular. En el centro, dos ángeles de posturas bellamente manieristas sostienen un ornamentado pero vacío escudo ovalado.

Para terminar, podríamos hacer una referencia al nombre de la vía, Pureza. Aunque existiera desde antes, las primeras menciones al nombre de la calle que aparecen son de principios del siglo XVI, cuando se la llamaba calle Ancha de Santana. Con este nombre permaneció durante siglos, hasta que ya a principios del siglo XIX se la empezó a denominar Larga de Santana. 

Pasó a denominarse calle Pureza en 1859, en el quinto aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. Sin embargo, Sevilla fue desde mucho antes una firme defensora de la creencia de que la Virgen vino al mundo sin el pecado original con el que venimos los mortales. Así que fue concebida pura, sin mácula, Inmaculada.

En la fachada de la Capilla de los Marineros hay una hermosa referencia a esta advocación de la calle. Es una pequeña escultura en barro de una Inmaculada, que se ubica en la hornacina central sobre la puerta. Es una obra de Antonio Illanes Rodríguez de 1962. Este escultor destacó sobre todo como imaginero y de él podemos admirar obras procesionando en la Semana Santa de numerosos puntos de Andalucía. Por ejemplo, en Sevilla son obras suyas los cristos de las Aguas y de la Lanzada, además de la Virgen de la Paz de la hermandad del Porvenir.

En este caso, Illanes plasmó a una Virgen en edad juvenil, con unas formas redondeadas y simples que consiguen una armonía muy dulce. Como atributos de la  Inmaculada, muestra las manos cruzadas suavemente sobre el pecho y a sus pies se ubica una luna creciente, que apenas es visible a pie de calle.

Fue ubicada ahí al culminarse las obras de reforma que permitieron a la hermandad de la Esperanza se Triana volver a su antigua sede, que había tenido que abandonar en 1868. Durante el período intermedio, la hermandad se ubicó en San Jacinto. Al elegir el tema para la hornacina central de su fachada quisieron hacer referencia a una de sus titulares, ya que su título completo es el de Pontificia, Real e Ilustre Hermandad y Archicofradía de Nazarenos del Santísimo Sacramento y de la Pura y Limpia Concepción de la Santísima Virgen María, del Santísimo Cristo de las Tres Caídas, Nuestra Señora de la Esperanza y San Juan Evangelista. Así que la pequeña Inmaculada de Illanes tiene toda la coherencia en la fachada de la capilla, no solo como titular de la hermandad, sino como advocación a la que está dedicada la calle en la que se ubica. 

Con el paso de los años, la Capilla de los Marineros se ha configurado como el principal eje de atracción de visitantes de la calle Pureza, debido a que la bellísima imagen de la Esperanza de Triana es una de las principales advocaciones marianas de Sevilla y la que más fieles mueve en su barrio. Acercarse a visitarla en su sede es siempre una oportunidad para disfrutar de la riqueza histórica y artística del emblemático entorno el que se ubica.

 

LA CASA MONTALVÁN Y LA CERÁMICA EN TRIANA

El trabajo del barro ha sido una actividad esencial para explicar el barrio desde sus orígenes. Al margen de las hermosas leyendas fundacionales, desde un punto de vista histórico sabemos que Triana se remonta a época islámica, al entorno de los siglos XI o XII. Empezó a crecer con fuerza a raíz de la construcción del Puente de Barcas y del Castillo de San Jorge y, prácticamente desde sus inicios, tenemos constancia de la presencia de hornos alfareros en el barrio.

En los primeros tiempos de la Isbiliya musulmana, estos se asentaban sobre todo en el llamado “Barrio de los Alfareros”, que estaría ubicado aproximadamente por la zona de Puerta Jerez y el sur de la avenida de la Constitución. Cuando los gobernantes de la ciudad empezaron a acrecentar sus residencias palaciegas en el Alcázar, forzaron el traslado de estas actividades a áreas más alejadas. Hay que pensar que la alfarería era en la época una actividad bastante contaminante, ya que era necesario el funcionamiento de hornos a altas temperaturas que generaban mucho humo. 

Así que por esta época empezaron a asentarse con fuerza los alfareros en Triana, donde además de más espacio, contaban con gran disponibilidad de su materia prima, un barro de gran calidad ofrecido por el Guadalquivir en varios de sus puntos. Con él se realizaron desde siempre todo tipo de recipientes y pronto fue también la materia prima para la elaboración de azulejos cerámicos, que se empezaron a producir en el barrio ya en época islámica y que experimentaron un enorme auge sobre todo a partir del siglo XV.

En su impulso tuvo un papel fundamental Francisco Niculoso Pisano, artista de origen italiano asentado en el barrio, que introdujo la técnica para pintar en las piezas cerámicas antes de su cocción, de forma parecida a hacerlo sobre cualquier otra superficie plana. De esta forma, se pudieron superar las limitaciones formales anteriores e introducir un repertorio iconográfico mucho más amplio, con la representación de escenas y motivos decorativos mucho más naturalistas. De hecho, entre su obra encontramos algunas de las primeras muestras del arte renacentista en Sevilla, como vemos en el magnífico retablo cerámico de la Visitación que realizó para la pequeña capilla personal de Isabel la Católica en el Alcázar.

La realización de azulejos cerámicos sería una constante en el barrio y su producción se iría adaptando sucesivamente a estilos como el mudéjar, el renacentista o el barroco. En muchas ocasiones estaría vinculada a la realización de los llamados retablos cerámicos, que se ubican con un sentido devocional en espacios públicos, constituyendo elementos muy característicos de las calles de la ciudad ya desde el siglo XVII.

En Triana contamos con un hermoso e interesante ejemplo en la iglesia de Nuestra Señora de la O. En concreto, en su campanario encontramos un magnífico retablo cerámico de 150 piezas, datado hacia 1760. Representa a Nuestro Padre Jesús Nazareno, titular de la Hermandad de la O, aunque no reproduce la imagen concreta del titular obra de Pedro Roldán, sino una representación genérica de la advocación, enmarcada en un paisaje agreste. Bajo él, puede leerse Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos, en alusión a la frase pronunciada por Jesús y recogida en el Evangelio de Lucas (Lc. 23, 28).

Además de la importancia artística del retablo, tiene también la relevancia de ser uno de los más antiguos conservados en la ciudad y el primero que representa a un titular de una hermandad de Semana Santa, inaugurando así una tradición que tendría gran calado en la ciudad, sobre todo a partir de principios del siglo XX.

Precisamente desde finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX se produce una época de verdadero esplendor de la cerámica trianera, vinculada sobre todo a la difusión de la arquitectura regionalista. Esta corriente, que podríamos incluir dentro del historicismo, defendía la utilización de recursos formales y estilísticos que se consideraban propios de la tradición sevillana y andaluza, por lo que se entremezclaban elementos considerados de raíz popular con otros que tenían claras reminiscencias, mudéjares, renacentistas o barrocas. 

El regionalismo experimentaría un impulso definitivo a raíz de que se decidiera la celebración en Sevilla de la Exposición Iberoamericana de 1929. No solo las instalaciones destinadas a albergarla, sino muchas de las nuevas obras emprendidas para mejorar la ciudad, se hicieron en este estilo. Esta circunstancia conllevó que los talleres trianeros funcionaran a pleno rendimiento, por lo que muchas de las grandes sedes de firmas cerámicas que han llegado hasta nuestros días corresponden a este período de finales del XIX y principios del XX, como Mensaque en San Jacinto, Santa Ana en San Jorge o Montalván en la calle Alfarería.

Este último ejemplo constituye una de las más hermosos en el barrio. Se conserva la sede del taller, que fue uno de los que tuvo una actividad más intensa entre 1910 y 1930. Hoy alberga un hotel, pero aun puede admirarse el magnífico conjunto de rótulos comerciales cerámicos que lo decoraron. Anexo a él y haciendo esquina con la calle Covadonga, se encuentra la llamada Casa Montalván, trazada por el arquitecto Juan Talavera y Heredia hacia 1927. Se trata de uno de los más destacados arquitectos de la época, que dejó con esta obra una preciosa joya del regionalismo en Triana. 

El objetivo del inmueble era el de servir como soporte expositivo para los trabajos cerámicos que se realizaban en el taller adjunto. Es decir, tanto en su fachada como en sus estancias principales, está decorado con un magnífico conjunto de azulejería que permitía a los propietarios mostrar a posibles clientes la calidad de los trabajos que salían del taller. Además, la cercanía cronológica entre la elaboración de la casa la Exposición Iberoamericana parece que influyó en cierta medida en el arquitecto, ya que la vivienda parece mostrar un cierto aire colonial en sus trazas, como vemos en el balcón corrido que se extiende por todo lo largo de la fachada y en el voladizo de madera que lo cubre.

Por desgracia, en la actualidad no queda ni un solo taller cerámico en activo en Triana. Sin embargo, ejemplos como este nos ayudan a rememorar hasta qué punto esta actividad ha sido determinante para el barrio, dotándolo de algunas de sus joyas arquitectónicas más destacadas.

 

PUERTA DEL EVANGELIO DE SANTA ANA

Hay enclaves de la ciudad de Sevilla que permiten recrear un determinado momento histórico acaecido en nuestro pasado. Uno de estos sitios es la Portada del lado del Evangelio de la iglesia de Santa Ana, la llamada “catedral de Triana”. En ella podemos observar la mixtura entre unas formas góticas y cristianas, con unas técnicas y materiales propias del arte musulmán precedente. Nos habla por lo tanto de un momento histórico en el que no había transcurrido demasiado desde la conquista cristiana de la ciudad en 1248, cuando los nuevos templos se levantaban de acuerdo con el espíritu y las formas del gótico, pero adaptándose y enriqueciéndose con el saber constructivo de la mano de obra musulmana o de origen musulmán con la que contaban.

La construcción de la iglesia de Santa Ana se inició en 1266 y se prolongó inicialmente durante más de un siglo, aunque posteriormente ha sido reformada y ampliada con capillas en numerosas ocasiones hasta el siglo XVIII, cuando se acaba de configurar lo esencial de su imagen actual. Fue fruto de la decisión de Alfonso X, hijo y heredero del conquistador de la ciudad, Fernando III. El rey sabio padecía de una desagradable enfermedad ocular, que le hizo prometer a la Virgen un templo a su madre si sanaba de su mal. El rey se curó y en cumplimiento de lo prometido mandó levantar este magnífico templo en Triana. Hay que decir que así se solucionaba también un problema que venía padeciendo el barrio, ya que la única parroquia con la que contaba era una capilla situada en el interior del castillo de San Jorge, que ya era claramente insuficiente ante el crecimiento demográfico.

Lo cierto es que en Triana se levantó un monumental templo en estilo gótico mudéjar, una de las cumbres de este estilo en Andalucía. Estuvo originalmente fortificada, debido a que se hallaba extramuros de la ciudad, y los antepechos de almenas todavía son visibles sobre algunos de sus muros. Tiene una planta con tres naves, siendo la central más alta y ancha que las laterales. Los pilares que separan las naves sostienen bóvedas de crucería en piedra, lo que supone una muestra de la monumentalidad con la que se quiso dotar al edificio, ya que es propio de las construcciones gótico mudéjares que se cubran en su mayor parte con madera y se reserve la piedra para el presbiterio.

A ambos lados se abren capillas laterales, levantadas entre los siglos XVI y XVIII, y también se cierran con capillas las cabeceras de cada una de las naves: la capilla de la Madre de Dios en la nave del evangelio, la del Calvario en la nave de la epístola y el altar mayor en la nave central. El retablo mayor es una obra excepcional del renacimiento sevillano, con un magnífico conjunto pictórico de Pedro de Campaña que muestra diversas escenas de la vida de la Virgen, reservando el espacio central para el pasaje de San Jorge y el dragón, en recuerdo de la primitiva parroquia de Triana.

Al exterior, la portada del lado del Evangelio es la única que ha llegado hasta nosotros del primer edificio gótico, ya que tanto la portada principal como la de la epístola fueron reformadas por completo con posterioridad. Sus rasgos estilísticos nos permiten ubicarla en la primera mitad del siglo XIV. Es una portada abocinada, con la forma de arco ojival o apuntado tan característica del gótico, pero con las arquivoltas bastante rebajadas. La decoración es más bien escasa. Aparecen decorados con motivos vegetales los capiteles de las jambas y las arquivoltas más exteriores, una con motivos geométricos dispuestos en forma de dientes de sierra y la otra en forma de puntas de diamante. El arco se enmarca por un gablete en cuyo vértice aparece un sencillo doselete gótico, destinado con toda probabilidad a cubrir una imagen hoy desaparecida, probablemente de Dios Padre, tal y como podemos ver en iglesias coetáneas y posteriores, como Santa Marina o San Marcos.

MÁS

El gablete se enmarca a su vez por un espacio con decoración del siglo XVIII que tiene en su centro el escudo de León y Castilla. Rematando el conjunto, un grupo de dieciséis canecillos con cabezas de león soportan una cornisa. Los leones no solo eran símbolo del reino castellano leonés al que se había incorporado Sevilla de manera reciente. También aparecen de manera profusa en la iconografía cristiana, muchas veces como un trasfondo del propio Jesucristo, identificado con el león de Judá mencionado en el Génesis.

Pero el león era también un símbolo muy importante del poder real. El primer rey en hacer uso de él como símbolo de la corona fue Alfonso VII, que fue coronado en León como Imperator totius Hispaniae, reclamando para sí la supremacía sobre el resto de reinos peninsulares. Parece que Alfonso X compartía con su predecesor el anhelo de esser emperador d’Espanya, tal y como nos cuenta su contemporáneo Ramón Muntaner. Así lo recoge Manuel González Jiménez en su artículo de 2004, “Alfonso X, emperador de España”. Es por ello que el rey Sabio no dudó en hacer un uso profuso del león como símbolo de la realeza y en su obra “General Estoria” recoge numerosos pasajes en los que hace referencia a las numerosas virtudes atribuidas a este animal.

Por lo tanto, vemos que la portada es una expresión clara de la nueva situación creada a partir de la entonces reciente conquista castellana de la ciudad. Al igual que en el resto del edificio, las formas son claramente góticas, el estilo imperante en la época en los reinos cristianos europeos. Además, las zonas principales, como esta portada, se construyen en piedra, siguiendo también los modelos europeos. Sin embargo, en los muros a ambos lados de la portada podemos ver como el cuerpo del edificio está hecho en ladrillo, utilizando la técnica más habitual en Sevilla desde antes de que llegaran los cristianos. 

Esta conjunción del espíritu y las formas del gótico, con las técnicas y materiales propios del arte islámico es la base principal de lo que conocemos como arte mudéjar. En el caso de Santa Ana lo más probable es que los encargados de dirigir su construcción fueran los canteros castellanos llegados con las tropas que conquistaron la ciudad. Era común que estos constructores acompañaran a los ejércitos, sobre todo para encargarse de reparar o levantar fortificaciones a medida que se iba avanzando. Sin embargo, no serían muchos y una iglesia tan monumental necesitó con toda seguridad de la mano de obra que habría quedado a la ciudad, valiéndose además de la sabiduría constructiva de los alarifes musulmanes, sobre todo en los trabajos con ladrillo.

Se ha señalado con frecuencia que esta Real Parroquia de Santa Ana es la iglesia de nueva planta más antigua de Sevilla. En realidad cronológicamente se sitúan junto a ella en la segunda mitad del siglo XIII las llamadas iglesias del "primitivo tipo parroquial sevillano", es decir, Santa Marina, San Julián y Santa Lucía. Sí que está claro que este grupo de iglesias son junto con Santa Ana las más antiguas de la ciudad.

Sea la primera o no, en esta portada podemos ver un modelo que se repite de manera muy similar no solo en las iglesias coetáneas que hemos mencionado, sino también en otras ya del siglo XIV como Omnium Sanctorum o San Marcos. Las similitudes son especialmente notables en la portada del lado de la epístola de la iglesia de San Isidoro, lo que ha llevado a plantear incluso que estuviera construida por los mismos maestros que Santa Ana y en unas fechas muy similares.

En resumen, se trata de uno de los primeros ejemplos de un estilo artístico como el gótico mudéjar que llegó a ser predominante en la Sevilla medieval. Dan testimonio de un determinado momento histórico en el que se fusionan las formas y simbología cristiana, con el saber constructivo de un sustrato poblacional musulmán que trata de adaptarse a los nuevos tiempos manteniendo sus trabajos y vías de sustento.

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