El Laboratorio Municipal de Sevilla tiene su sede principal en la calle María Auxiliadora, que forma parte de la llamada “ronda histórica” de la ciudad. Se trata de un edificio inaugurado en 1912, obra del arquitecto Antonio Arévalo Martínez.
Está construido en un estilo ecléctico muy original y resalta entre los edificios de su entorno por su monumentalidad y rica decoración. En ella encontramos elementos de clara influencia modernista, como la crestería en forma ondulada que recorre la parte superior del cuerpo central o el “frontón” semicircular superior sobre la balconada central, con una curiosa decoración a base de círculos. Aparecen también elementos historicistas, sobre todo de tipo neoplateresco, que por la época era el estilo preferido por el Ayuntamiento para las construcciones públicas. Vemos su influencia, por ejemplo, en los grandes flameros que aparecen sobre la cornisa superior, o en las columnas “abalaustradas” y ricamente ornamentadas que enmarcan los vanos principales del piso superior.
El Laboratorio fue creado en 1883 con la finalidad de velar por la salubridad de la ciudad de Sevilla, llevando a cabo funciones relacionadas con la higiene y la alimentación. Se trataba de poner freno a través de análisis de laboratorio a las crecientes adulteraciones y falsificaciones en productos alimentarios que se venían detectando y que acarreaban importantes problemas de salud. Al análisis de aguas y alimentos, se añaden entre las funciones del Laboratorio la del control de plagas, la recogida de animales abandonados o la lucha contra la rabia.
En la actualidad, este edificio de María Auxiliadora sigue siendo la sede de algunas secciones del Laboratorio, como la administración, o la de Análisis Clínico y Epidemiología y la de Análisis de Garantía y Calidad. Además, cuenta con una sede más reciente en la carretera de Málaga, el Centro Municipal Zoosanitario. Allí se ubican las secciones relacionadas con la protección animal y el control de plagas.
La fachada de la sede histórica está recorrida por una serie de once cartelas que recogen el nombre de once científicos, destacados por su aportación en el terreno de la salud pública y la lucha contra las enfermedades infecciosas. Entre ellos, se encuentran algunos de los nombres imprescindibles para el desarrollo y aplicación de las vacunas desde el siglo XVIII.
Es el caso del inglés Edward Jenner (1749-1823), que basándose en trabajos y prácticas anteriores, fue el primero en aplicar de forma sistemática una vacuna contra la viruela en humanos, basada en la inoculación del virus de la viruela bovina, una versión menos grave de la enfermedad. Jenner hizo su descubrimiento a raíz de observar que las ordeñadoras que padecían por contacto la versión bovina de la enfermedad, eran luego inmunes a la variante humana.
Casi un siglo después, el francés Louis Pasteur (1822-1895), creó una vacuna contra la cólera en las aves basada en el debilitamiento previo de la bacteria que provoca la enfermedad. Además, decidió llamarla “vacuna” en honor a Jenner, que publicó una descripción inicial de sus hallazgos en una obra llamada An Inquiry intro the Causes and Effects of the Variolæ Vaccinæ (Una introducción a la investigación de las causas y efectos de la viruela vacuna o bovina). Años más tarde, Pasteur aplicó el mismo principio para debilitar el principio patógeno que provoca la rabia, en este caso un virus. Desarrolló así la primera vacuna contra la rabia en 1885. En estas investigaciones contó con la colaboración del médico e investigador Émile Roux (1853-1933), que es otro de los científicos cuyo nombre aparece en la fachada del Laboratorio.
El español Jaime Ferrán (1851-1929) es otro de los homenajeados en la fachada. En este caso, a partir de unos recursos muy limitados y siguiendo muy de cerca las investigaciones de Pasteur, Ferrán desarrolló la primera vacuna contra el cólera, a partir del debilitamiento de la bacteria que lo provoca, siendo además la primera vacuna de bacteria aplicada en humanos.
Además de estos cuatro científicos, especialmente destacados en el terreno de la inmunología, en las cartelas aparecen los nombres de otros siete, con importantes contribuciones en el terreno global de la mejora de la salud pública. Por orden cronológico, podemos mencionar a:
- Antoine Lavoisier (1743-1794), químico y biólogo francés, considerado el “padre de la química moderna”. Su aportación científica es ingente y abordó materias tan diversas como la respiración animal, la fotosíntesis o la oxidación de los cuerpos. Enunció la llamada “Ley de conservación de la materia” o “ley Lomonósov-Lavoisier”: la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.
- El químico sueco Jöns Jacob Berzelius (1779-1848) es considerado también como uno de los “padres” de la química moderna. Diseñó el moderno sistema de notación química y descubrió tres elementos: el torio, el cerio y el selenio.
- El francés Marcellin Berthelot (1827-1907) es una de las figuras más relevantes en los orígenes de la química orgánica, al conseguir sintetizar en el laboratorio numerosos compuestos orgánicos, como el el metano, el acetileno y el benceno. También se puede destacar su importante labor en los comienzos de la termodinámica, ya que fue el primero en describir la diferencia entre reacciones exotérmicas y endotérmicas.
- Robert Koch (1843-1910) fue un médico y microbiólogo alemán, Premio Nobel de Medicina en 1905. Descubrió el bacilo de la tuberculosis y el del cólera y estableció la relación directa entre la infección por un microorganismo y el desarrollo de una enfermedad.
- Al año siguiente que el de Koch, el Premio Nobel de Medicina sería para el español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), considerado por muchos “padre de la neurociencia”. Destacó sobre todo por su estudio de las células nerviosas o neuronas, describiendo por primera vez su morfología y procesos conectivos.
- El médico y bacteriólogo alemán Paul Ehrlich (1854-1915) destacó sobre todo por crear el primer tratamiento eficaz contra la sífilis, para lo cual definió por primera vez el concepto de quimioterapia.
- Pierre Curie (1859-1906) fue un físico francés, pionero en el estudio de la radiactividad, junto con su esposa, Marie Curie. Entre sus aplicaciones prácticas, existen algunas muy importantes en el terreno de la medicina, como la ayuda para el diagnóstico, al permitir la obtención de imágenes del interior del cuerpo, o el tratamiento de determinadas enfermedades tumorales mediante la aplicación de radiación.
En definitiva, los nombres de la fachada del Laboratorio Municipal de Sevilla nos sirven para hacer una pequeña historia de la medicina entre mediados del siglo XVIII y principios del XX, además de servir como merecido homenaje a quienes, con su labor, han ayudado a salvar tantas vidas.