El Monasterio de Santa María de las Cuevas es uno de los conjuntos monumentales más importantes desde el punto de vista histórico de entre los muchísimos con que cuenta Sevilla. Se sitúa cercano al casco antiguo de la ciudad, pero al otro lado del río con respecto al centro, en una isla formada en el Guadalquivir que es conocida a partir del Monasterio como isla de la Cartuja.
Tiene una intensa historia que se remonta al menos hasta época islámica. Al parecer, durante la dominación almohade, hacia el siglo XII, existían en la zona talleres y hornos alfareros, que se surtían de la abundancia de barro derivada de la proximidad al cauce del río. Para extraer estos barros, materia prima de la cerámica, se excavaban una especie de cuevas. La leyenda cuenta como en una de estas cuevas apareció una imagen de la Virgen tras la conquista cristiana de la ciudad en 1248. Por ello se construyó allí mismo una ermita para darle culto, que sería el germen del posterior monasterio.
En torno a este primitivo templo, hubo inicialmente una comunidad de franciscanos, pero ya desde principios del siglo XV son sustituidos por los cartujos como orden titular del monasterio. Esta orden había sido fundada por san Bruno a finales del siglo XI en las cercanías de Grenoble (Francia) y se caracterizaba por el rigor en el cumplimiento de los preceptos morales, la austeridad y la sencillez en el modo de vida de sus miembros.
Desde sus comienzos en Sevilla, el nuevo monasterio contó con el favor de importantes familias nobiliarias de la ciudad, lo que fue provocando un notable enriquecimiento de sus instalaciones desde sus inicios, con un número cada vez mayor de propiedades agrícolas dependientes, no solo en Sevilla, sino en numerosos municipios de la provincia, derivadas de donaciones y concesiones.
La importancia del conjunto monástico tiene un buen reflejo en la cantidad de personalidades que han pasado por él a lo largo de la historia. El propio Cristóbal Colón residió aquí durante una temporada, tal y como recuerda el monumento en su honor que se encuentra en sus jardines desde finales del siglo XIX. De hecho, aquí recibió un decidido apoyo de los cartujos en su proyecto para llegar a las Indias por Occidente. Tras su muerte, sus restos estuvieron depositados en la iglesia del monasterio durante un tiempo junto a los de su hijo Diego, hasta que la viuda de este dispuso el traslado de ambos a Santo Domingo en 1544.
Otros personajes de relevancia que han pasado por aquí son el emperador Carlos V, que lo visitó en 1526 con motivo de su boda en Sevilla con Isabel de Portugal, además de monarcas posteriores, como su hijo Felipe II o Felipe IV. Ha acogido también a figuras tan relevantes de la literatura como Teresa de Jesús, y en sus estancias han trabajado artistas de la talla de Zurbarán o Duque Cornejo.
Como resultado de esta dilatada historia, el conjunto monástico fue enriqueciéndose con sucesivos espacios de gran valor artístico, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días, como la magnífica iglesia gótica, el claustro mudéjar o la Capilla de la Virgen de las Cuevas y la portada principal, ya barrocas del siglo XVIII.
Sin embargo, gran parte del patrimonio artístico que se fue atesorando durante siglos se perdió en la tumultuosa historia del monasterio durante el siglo XIX. Durante la nefasta ocupación francesa de Sevilla, fue reconvertido en un acuartelamiento para las tropas napoleónicas y la mayor parte de sus obras de arte fueron dispersadas o destruidas, además de sufrir profundas alteraciones en su fisonomía. Los monjes volverían durante un tiempo tras la expulsión de los franceses, pero el monasterio sería definitivamente desamortizado en 1836.
Fue entonces cuando se destinó a albergar la famosa fábrica de cerámica de Carlos Pickman, una de las principales industrias sevillanas en el siglo XIX, cuyas piezas alcanzarían enorme fama por su calidad, hasta el punto de que todavía hoy muchos hogares españoles atesoran piezas de la Cartuja de Sevilla. Al destinarse a esta finalidad, el espacio monacal experimentaría lógicamente grandes transformaciones, añadiéndose por ejemplo las grandes chimeneas con forma de botella, que con el tiempo se han convertido en uno de los elementos más reconocibles de toda la isla de la Cartuja, además de en un importantísimo testimonio del patrimonio industrial de Andalucía.
Ya en el siglo XX, la fábrica de cerámica se trasladó a Salteras y el conjunto de sus instalaciones pasaron a ser de titularidad pública. Durante los años 80 se produjeron importantes obras de rehabilitación, con vistas sobre todo a la Exposición Universal de 1992, en la que el antiguo monasterio sirvió como Pabellón Real, donde se recepcionaba a los jefes de Estado y de gobierno que asistieron al evento.
En la actualidad, sus instalaciones son sede de varias instituciones dependientes de la Junta: el Rectorado de la Universidad Internacional de Andalucía, el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Este último es generalmente conocido por sus siglas, CAAC, y tiene su sede en la Cartuja desde 1997. Reúne una interesante colección de obras de arte con una cronología que abarca desde mediados de los años 50 del siglo XX hasta nuestros días, que se ve regularmente enriquecida por las numerosas exposiciones temporales que se van sucediendo en sus dependencias y que lo convierten de alguna manera en un museo vivo, abierto a las tendencias artísticas más actuales.
Desde 2013, el CAAC cuenta entre su colección con la obra en la que nos hemos fijado en este artículo. Se trata de una instalación llamada Alicia, de la artista ubetense Cristina Lucas. Está inspirada en un pasaje del célebre libro de Lewis Carroll Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, publicado en 1865. Concretamente, hace alusión al episodio en el que la protagonista prueba de un pastel en el que aparece escrita la palabra “Cómeme”, lo que le provoca un crecimiento instantáneo y sin control, que la hace no caber en la habitación y tener que sacar un brazo por una ventana.
Así, en la obra de Cristina Lucas, ubicada junto a la entrada principal al recinto, vemos una gran cabeza a través de una ventana, mientras que por otra sale un gran brazo, logrando transmitir la sensación de que nos encontramos ante una gigante, que ocupa todo un espacio interior que no vemos, hasta el punto de “desbordarse” a través de sus ventanas.
La obra fue concebida originalmente para una muestra realizada en Córdoba en el año 2009, titulada El patio de mi casa. Arte contemporáneo en 16 patios de Córdoba. La idea de partida de la artista tenía un claro componente de denuncia social y señalaba la concepción tradicional de que la mujer debía permanecer de alguna manera apegada al espacio doméstico, en cierta forma recluida y oprimida por valores no igualitarios imperantes históricamente y de los que desgraciadamente quedan muchas reminiscencias.
Este aspecto crítico encaja perfectamente en el conjunto de la obra de Cristina Lucas, caracterizada por un claro componente feminista, que utiliza recursos metafóricos y satíricos para canalizar su denuncia, a través de medios tan diversos como la performance, el vídeo, la instalación, la escultura o el dibujo.
El ejemplo del CAAC es una de las interesantes razones por las que merece la pena acercarse al antiguo Monasterio de la Cartuja, que con la llegada a sus instalaciones de las colecciones de arte contemporáneo se ha convertido en un interesantísimo conjunto de espacios en los que se entremezclan las huellas de una larga historia con todo tipo de aportaciones artísticas de absoluta actualidad. A ello se une la labor formativa y divulgativa que por su parte desarrolla el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico. Todo unido, viene a conformar una atmósfera casi mágica, en un hermoso entorno monumental, que constituye uno de los principales focos de la vida cultural de Sevilla a lo largo del año, con constantes eventos como exposiciones, conferencias, conciertos o festivales.