PUERTA DE CÓRDOBA

En la práctica totalidad de las obras que desde el siglo XVI hacen descripciones de Sevilla se habla de sus murallas “romanas”. La historiografía oficial no dudaba en remontar su origen hasta los tiempos de Julio César, tal y como quedaba reflejado en la leyenda fundacional de la ciudad que aparecía inscrita en una placa en la Puerta de Jerez: “Hércules me fundó, Julio César me cercó de muros y torres altas”. De hecho, hasta hace solo unas décadas, las guías seguían aludiendo al origen romano de la cerca sevillana.

Se las dotaba así de mucha más antigüedad, dentro de la tendencia a ensalzar el pasado romano como sustrato cultural principal por encima de la aportación islámica. 

Es cierto que Sevilla contó con unas murallas romanas que han podido ser constatadas arqueológicamente, pero cerraban un espacio mucho menor que se circunscribía a un área que se extendía de forma aproximada entre las calles Martín Villa, Laraña e Imagen, al norte, y la zona de la catedral y el alcázar, al sur. La muralla que llegó hasta época contemporánea es la que realizaron los almohades en el siglo XII, aunque hay autores que remontan sus orígenes unas décadas y las atribuyen a los almorávides. 

Levantaron una enorme muralla jalonada por torreones de más de 7 kilómetros de longitud, que cerraba un espacio de 273 hectáreas. Las dimensiones fueron tan enormes que el área intramuros no llegó a ser colmatada por la ciudad hasta siglos después. A estas murallas pertenecían los escasos lienzos que han llegado hasta nosotros: el que se desarrolla entre el arco de la Macarena y la Puerta de Córdoba, el de los jardines del Valle y el que transcurre por la calle del Agua hasta el Alcázar en el barrio de Santa Cruz. Además, existen muchos otros fragmentos enmascarados entre las edificaciones actuales en diversos puntos de la ciudad.

Conocemos la ubicación de muchas de las entradas con las que contaba el recinto amurallado almohade. En la Puerta de la Macarena estaba la bab Maqarana, en la de Córdoba la bab Qurtuba, al final de la calle Sol la bab al-Sams,  en Puerta Jerez la bab Saris y posiblemente en el postigo del Aceite la bab Zayt. Además, sabemos que había otras entradas de las que su denominación no está clara, como las de Puerta Osario, Puerta de la Carne o Puerta de Triana, de la que se dice que era la más hermosa de toda la cerca musulmana.

De todas ellas solo han llegado hasta nosotros, aunque de una manera muy parcial, el postigo del Aceite y las puertas de la Macarena y de Córdoba, entre las que también discurre el lienzo de muralla más extenso que se ha conservado. La mayor parte de las murallas y sus puertas fueron derribadas en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente durante el Sexenio Democrático, entre 1868 y 1874. Las razones que se adujeron fueron sobre todo de tipo urbanístico. Se creía que las murallas encorsetaban de alguna manera a Sevilla e imposibilataban su expansión siguiendo unos criterios modernos y racionales.

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Existía una corriente de pensamiento imperante que identificaba la permanencia de los recintos amurallados en las ciudades españolas con la decadencia y falta de progreso que se quería superar. De una manera hermosísima, Bécquer participa de este sentir en unos versos dedicados a Ávila en 1864:

Casi perdida entre la niebla del crepúsculo y encerrada dentro de sus dentellados murallones, la antigua ciudad, patria de Santa Teresa, Ávila, la de las calles oscuras, estrechas y torcidas, la de los balcones con guardapolvo, las esquinas con retablos y los aleros salientes. Allí está la población, hoy como en el siglo XVI, silenciosa y estancada.

El hecho de que las murallas llegaran casi completas hasta época tan reciente posibilita que existan numerosos grabados, pinturas, dibujos e incluso fotografías de sus principales entradas. Sin embargo, hay que decir que las puertas que aparecen en estas imágenes no se corresponden con las originales de la cerca almohade, sino que pertenecen a las reconstrucciones realizadas a partir del siglo XVI, por lo que presentan una variedad estilística que se mueve entre el renacimiento, el barroco y el neoclasicismo según su cronología.

Es el caso del arco de la Macarena, que sólo comparte con la puerta almohade su ubicación, ya que tal y como lo vemos hoy es fruto de una obra del siglo XVIII, cuando fue rehecho por completo.

La razón por la que se fueron sustituyendo las entradas almohades por otras realizadas a partir de la llegada de los cristianos tiene que ver sobre todo con cuestiones de tránsito. Las entradas musulmanas eran acodadas para permitir su defensa de una manera más eficaz. Es decir, estaban formadas por  varias puertas dispuestas en ángulo formando recodos que las hacían más difíciles de atacar. Cuando la conquista cristiana de la Península se consolidó, esta seguridad reforzada se hizo innecesaria y además provocaba problemas de embotellamiento en la entrada y salida de personas y mercancías, sobre todo a medida que se fue extendiendo el uso de carros tirados por caballos. De manera que las autoridades fueron emprendiendo sucesivamente la sustitución de las entradas originales por otras más sencillas en su estructura, con un gran vano central abierto a ambos lados por el que era mucho más fácil transitar.

La única entrada de la que aún podemos ver algo de su traza almohade original es la Puerta de Córdoba. Tal y como ha llegado hasta nosotros, se trata de un robusto torreón de planta rectangular con dos puertas de arco de herradura abiertas en dos de sus lados, formando un ángulo de 90 º. Este cuerpo estaría originalmente inscrito en un espacio fortificado mayor, que contaba con una tercera puerta abierta hacia el exterior y hoy desaparecida. Si unos teóricos atacantes lograban superar esta tercera puerta, aún tenían que derribar otras dos, mientras que los defensores de la ciudad podían hostigarlos desde lo alto de las murallas.

El hecho de que sea la única puerta conservada no es fruto de la casualidad. Desde la Edad Media se había extendido la leyenda de que este fue el lugar en el que estuvo encarcelado el príncipe visigodo Hermenegildo, después de haberse sublevado contra su padre Leovigildo autoproclamándose rey. Hermenegildo había justificado su deslealtad en su conversión al catolicismo, que en teoría le impedía mantener su fidelidad a un rey arriano. Esta circunstancia provocaría que con el tiempo Hermenegildo fuera identificado por la historiografía oficial y católica como un mártir precursor de la catolicidad de España. En esta línea, fue canonizado en 1585 y considerado desde entonces como uno de los santos patrones de la Monarquía Hispánica. Los lugares relacionados con su historia o con su leyenda pasaron a tener un carácter casi sagrado. Eso explica que en el siglo XVII se levantara, anexa a la puerta, la iglesia de San Hermenegildo que hoy podemos contemplar.

Aunque de manera incompleta, esto hizo que la puerta se salvara de la gran destrucción de la muralla del siglo XIX y haya llegado hasta nosotros, al menos parcialmente. El gusto de Sevilla por las leyendas, que pueblan cada uno de los rincones de esta ciudad, sirvió en este caso para que hoy podamos contemplar un hermoso testimonio de las monumentales murallas de la Isbiliya del siglo XII.

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