LOS “FUNDADORES” DE SEVILLA EN LA FACHADA EL AYUNTAMIENTO
El ayuntamiento sevillano tiene su sede en un magnífico edificio del siglo XVI, que conserva en buena parte de su fachada las trazas del exquisito estilo renacentista plateresco en el que fue construido.
No todo el edificio que vemos hoy día se corresponde con la obra original de época renacentista. Si miramos al ayuntamiento desde la plaza de San Francisco, vemos claramente que el edificio se divide en tres cuerpos. Solo el cuerpo que da hacia la avenida de la Constitución es del siglo XVI. En la parte central había una galería porticada de dos pisos con arcadas sobre columnas que abrían hacia la plaza. Desde la galería alta, las autoridades podían asistir a los principales acontecimientos religiosos y festivos que se desarrollaban en la plaza. En el siglo XIX estas arcadas son derribadas alegando un estado ruinoso y el edificio se reconstruye en esta parte y se añade el extremo que da hacia la calle Sierpes. Además, se suma a todo el conjunto una tercera planta que originalmente no existía.
La parte del siglo XVI que se ha conservado cuenta con un magnífico programa decorativo en sus fachadas, en un estilo renacentista plateresco de tal calidad que marca una de las cumbres de este estilo en España. Y esto lo consigue siendo el más temprano de los grandes ejemplos de esta corriente en nuestro país. La dirección de la obra correspondió a Diego de Riaño, que tuvo que reunir a un notable grupo de canteros y escultores para abordar un proyecto en el que impera el estilo renacentista llegado de Italia en sus formas y elementos. Vemos las columnas, pilastras y arcos de medio punto tan característicos del clasicismo renacentista, enmarcando a unas figuras y motivos decorativos que beben también del naturalismo y el gusto por la belleza de este estilo. Es cierto que el renacimiento llegado de Italia se adapta en España a gustos y sensibilidades locales, mostrando una clara tendencia inicial a añadir más elementos decorativos, a una mayor importancia del detalle. Se ha visto el origen de esta peculiar característica del renacimiento español en su relación con el arte de la platería, muy desarrollado en nuestro país y que se caracteriza por una gran minuciosidad en su labor. De ahí vendría el término “plateresco” para designar a esta corriente, que se da desde finales del siglo XV y es imperante hasta bien entrado el siglo XVI.
El programa iconográfico elegido tampoco es ajeno al espíritu renacentista. Si en lo formal se apostaba por la recuperación de las pautas clásicas de la Antigüedad grecolatina, en lo temático se optó por un programa que recuperara la historia y los mitos de aquella época, poniéndolos en relación con el nuevo imperio universal encarnado en Carlos V. De esta forma, personajes míticos como Marte, Minerva o Hércules se representan entremezclados con las efigies del emperador y su mujer, la emperatriz Isabel, que habían contraído matrimonio ese mismo año de 1526 en el Alcázar de Sevilla.
De hecho, es posible que el impulso para la construcción del nuevo ayuntamiento viniera del propio Carlos, que pudo ver las condiciones poco adecuadas de la sede del consejo municipal en el llamado Corral de los Olmos. Este espacio estaba ubicado en la actual plaza Virgen de los Reyes y allí compartían sede los cabildos civil y eclesiástico, con los consiguientes problemas de espacio y organización.
Siguiendo el mencionado impulso de recuperación de la Antigüedad Clásica, la ciudad desempolva sus viejas leyendas fundacionales para colocar a sus ilustres antepasados en la fachada de sus casas consistoriales. De esta manera, vemos representados en medallones a personajes como Hércules, al que la tradición atribuía la fundación original de la ciudad, y a su esposa Hebe. Además, entre la abundante decoración aparecen a menudo las mazas, su principal atributo junto con la piel de león, que le cubre la cabeza en otro de los medallones.
Si a Hércules se atribuía la fundación de la ciudad, a Julio César le correspondía la creación de su ayuntamiento, ya que según dejó narrado san Isidoro en el siglo VI, fue este quien concedió el estatus de colonia romana a la ciudad, dándole el nombre de “Colonia Iulia Romula Augusta”. El término “Romula” haría referencia a Sevilla como una “pequeña Roma”, mientras que añadiéndole el término “Iulia”, César le daría su propio nombre como muestra de afecto.
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Los hallazgos arqueológicos parecen descartar que el nombre de la ciudad incluyera en ningún momento la palabra “Iulia”, ya que nunca se ha hallado ninguna inscripción de ningún tipo en el que aparezca. Sin embargo, es indudable que tener al personaje más célebre de la historia de Roma como fundador es algo que da mucho prestigio, y todavía hoy la versión más extendida es la de que la Sevilla romana fue “Iulia Romula Hispalis”.
Esta vinculación con Roma sería motivo de aún mayor orgullo dentro del espíritu renacentista en el que se construyó el edificio, con su afán por la recuperación de lo clásico, así que Julio César aparece también en otro de los medallones, barbado y sobre la inscripción “S.P.Q.HIS.”, Senatus PopulusQue Hispalis (Senado y Pueblo de Híspalis). En otros medallones aparecen más personajes, masculinos y femeninos, difíciles de identificar por la ausencia de atributos específicos, pero cuyas vestimentas y tocados remontan también claramente al pasado grecolatino. Todo ello enmarcado por la profusa decoración propia del plateresco, con multitud de motivos vegetales, grutescos, figuras de niños tenantes, hombres barbados y criaturas mitológicas.
Sabemos que en el zócalo, a ambos lados de la puerta que da a la Plaza de San Francisco, estaban los medallones con la representación de Carlos V y su esposa Isabel. Su mal estado hizo que fueran sustituidos en el siglo XIX y aún hoy pueden verse en el Jardín de las Delicias, aunque muy deteriorados. No eran las únicas referencias al emperador con que contaba la fachada. Todavía hoy podemos ver su escudo en la parte más alta, con el águila bicéfala, símbolo del Sacro Imperio Romano Germánico.
Es muy curioso cómo las referencias a Carlos V se vinculan con las alusiones mitológicas y legendarias. Así, por ejemplo, aparecen representadas las famosas columnas de Hércules, que también aparecen en el escudo real, y sobre ellas la leyenda “Plus Ultra”. Se establece así una analogía entre el mítico Hércules, primero en sobrepasar las columnas en las que el mundo antiguo había fijado los límites del orbe, y el propio Carlos, cabeza del primer imperio europeo que se extendía más allá del Atlántico.
También aparece la cruz de Borgoña, que fue hasta el siglo XVIII la principal enseña naval, militar y mercante de España, lo más parecido a una bandera nacional que hubo durante la Edad Moderna. Se presenta bajo la corona imperial y de ella cuelga el Toisón de Oro, emblema de la orden de la que el rey de España es gran Maestre. Su insignia era un vellocino de oro, tomado originalmente de la leyenda de Jasón y los Argonautas. Reforzando esta vinculación mitológica de la que venimos hablando, Jasón y su enamorada Medea aparecen representados en medallones algo más arriba.
En fin, todo un programa iconográfico destinado a ensalzar la monarquía y sus ilustres orígenes vinculándolos a su vez a los de la propia Sevilla. Sin embargo, este mensaje original no ha llegado hasta nosotros de manera completa. Primero, porque no contamos con documentación que explique detalladamente la simbología de la fachada. A ello hay que sumar el deterioro por el paso del tiempo, que hizo perder sus rasgos a bastantes figuras, y la profunda y drástica restauración llevada a cabo en el siglo XIX.
Hay que recordar que hasta épocas muy recientes el concepto de restauración ha sido muy distinto al que usamos hoy en día, de tal forma que al intervenir en una determinada obra no se dudaba en añadir o quitar atendiendo a los criterios estéticos del momento. En el caso de la fachada que nos ocupa, los “restauradores” sustituyeron muchas de las partes deterioradas por otras nuevas, aunque elaboradas siguiendo unos criterios estéticos bastante similares a los originales, de forma que a veces no es fácil distinguir entre lo esculpido en el siglo XVI y lo hecho trescientos años después. Además de sustituir lo deteriorado, la idea original era cubrir también la fachada nueva del edificio que da hacia la plaza de san Francisco con decoración imitando la original plateresca, de tal modo que ha habido escultores trabajando en ello hasta mediados del siglo XX.
A pesar de la fuerte alteración que supuso en la fachada la intervención del siglo XIX, lo cierto es que el criterio estético historicista y romántico imperante en la época hizo que el resultado final fuera bastante armonioso. Los encargados de la obra de reforma compartían con sus predecesores del siglo XVI el deseo de engrandecer el pasado legendario de la ciudad y participaban de un sentido del arte que no dudaba en imitar, sin ningún tipo de disimulo, las formas artísticas de épocas anteriores.
A este período corresponden las figuras de Hércules y Julio César que vemos en las hornacinas a ambos lados del arco que hoy da acceso a Plaza Nueva. Fueron realizados hacia 1854 por el escultor Vicente Hernández Couquet, en un estilo historicista pensado para encajar con el resto de la fachada. Con el mismo criterio se eligió a los personajes a representar, puesto que no sabemos para quiénes estuvieron originalmente destinadas esas hornacinas, ya que en todas las pinturas y dibujos conservados aparecen ya vacías. Interpretando el resto de la fachada, el escultor, que además era profesor de Bellas Artes, creyó que los personajes que más encajaban eran Hércules y Julio César.
Puede que efectivamente en el siglo XVI allí estuvieran las esculturas de ambos, de otros personajes o que nunca llegaran a ser ocupadas. Tampoco se puede descartar que las hornacinas estuvieran destinadas a imágenes religiosas. Hay que recordar que en la época este arco daba acceso al compás del convento de San Francisco, que entonces se encontraba en lo que hoy es Plaza Nueva. Esto provocó que esta parte de la fachada tuviera un sentido iconográfico algo distinto al resto. Sobre el trasdós del arco podemos ver dos escudos con las cinco llagas, uno de los símbolos franciscanos, y sobre la clave aparece un busto de Nuestra Señora de los Ángeles, una advocación estrechamente ligada al propio san Francisco.
De tal forma que no podemos descartar que en las hornacinas laterales hubiera también imágenes religiosas, bien de santos relacionados con la orden o bien de otros de origen sevillano, ya que, a fin de cuentas, se trataba de la fachada del ayuntamiento. Hay varios que se suelen presentar en parejas y que encajan en la hipótesis, como Isidoro y Leandro o las propias Justa y Rufina.
Todo esto no deja de ser una conjetura y lo cierto es que en el siglo XIX se optó por potenciar el mensaje evocador de un pasado glorioso que muestra el resto de la fachada, colocando a Hércules y a Julio César tal y como podemos verlos hoy.
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