Fachada del palacio de Pedro I en el Alcázar de Sevilla, dibujo

LA FACHADA DEL PALACIO DE PEDRO I

El Palacio de Pedro I es el corazón del Alcázar de Sevilla. Su núcleo original es del siglo XIV, aunque se ha ido remodelando a lo largo de la historia, adaptándolo a los gustos y tendencias artísticas de las distintas épocas, ya que su uso como residencia real ha continuado desde sus orígenes hasta la actualidad. Constituye uno de los máximos exponentes de la historia del mudéjar y uno de los palacios artísticamente más singulares y destacados de toda España.

Su gran impulsor, Pedro I de Castilla, reinó entre 1350 y 1366 y estuvo muy vinculado a Sevilla, residiendo en la ciudad durante largos períodos. De hecho, se halla enterrado en la Capilla Real de la Catedral, junto a la que fue su gran amor, doña María de Padilla, a la que hizo reconocer como esposa del rey de Castilla una vez que esta falleció. Tuvo un reinado muy tumultuoso, debido en gran parte a lo iracundo de su carácter, y a su interés por fortalecer el poder real frente a la nobleza y frente a cualquier tipo de detractor, actuando en ocasiones de manera bastante cruel. Aunque era el único hijo legítimo de su padre Alfonso XI, tenía varios hermanastros, que acabaron por sublevarse entorno al mayor de ellos, Enrique, que le disputaría el trono en una larga guerra civil. 

En la Sala de la Justicia, junto al Patio del Yeso del Alcázar, sería asesinado uno de los hermanos, el infante Fadrique Alfonso, por orden del rey, y en 1369 el propio Pedro moriría a manos de su hermano Enrique, que le sucedería en el trono como Enrique III, dando inicio a la dinastía de los Trastámara. En definitiva, un rey llamado el Cruel o el Justiciero según quien cuente su historia, pero un gran amante de la ciudad de Sevilla, ciudad en la que aún hoy perduran multitud de leyendas protagonizadas por este rey.

El palacio fue construido entre 1364 y 1366, emulando palacios musulmanes como la Alhambra en Granada, los califales de Córdoba o los desaparecidos almohades de Sevilla. A los elementos islámicos se les añaden rasgos propios de la arquitectura cristiana, conformando el llamado estilo mudéjar. Es la muestra más rica y perfecta de este estilo, ya que lo reúne en todas sus manifestaciones, tanto en su estructura, como en su decoración cerámica, en los trabajos con la madera y en sus yeserías.

Aunque no conocemos el nombre de la persona que dirigió la obra, es sabido que vinieron artistas, albañiles y artesanos de Toledo y Granada, además de los que ya se encontraban en Sevilla. 

Está compuesto de dos áreas principales:

- Un área más formal y con un carácter más oficial y público, en torno al Patio de las Doncellas.

- La otra con un carácter más privado e íntimo, en torno al Patio de las Muñecas.

El Palacio experimenta numerosas modificaciones a lo largo de su historia, adaptándose al cambio de necesidades y también al cambio de reglas protocolarias y gustos de cada época.

Por ejemplo, en la fachada, corresponde a la época original todo el cuerpo central y los arcos laterales inferiores. Sin embargo, las galerías superiores son posteriores, probablemente del reinado de los Reyes Católicos, entre los siglos XV y XVI. Vemos que están hechas en estuco, y no en piedra como las centrales, y que muestran una fuerte influencia de los palacios nazaríes de Granada.

La parte central de la fachada es enormemente bella y se despliega verticalmente como un tapiz de una gran solemnidad, delimitado a los lados por pilastras de ladrillo que descansan sobre pequeñas columnas de mármol. Sobre ella se levanta un magnífico alero de madera, originalmente completamente coloreado, que sabemos que es obra de maestros toledanos.

También parecen deberse a maestros toledanos las dovelas del dintel sobre la puerta, con su característica decoración con motivos de sarmiento. Los arcos ciegos polilobulados que enmarcan la puerta parecen seguir modelos sevillanos almohades, como podemos ver su por semejanza a los del Patio del Yeso. Lo mismo ocurre con los arquillos que vemos en la parte superior.

La influencia granadina queda clara en el dintel de azulejos blancos y azules que vemos en la parte superior. En él se puede leer cuatro veces, de izquierda a derecha, y cuatro veces de derecha a izquierda, en caracteres cúficos, repetido el lema nazarí “no hay más vencedor que Allah”, wa-lā gālib illà Allāh. La presencia castellana queda clara en la inscripción que aparece en la moldura, que dice “El mui alto y mui noble y mui poderoso y mui conqueridor don Pedro por la gracia de Dios Rey de Castiella et de Leon mando fazer estos Alcazares y estos Palacios y estas portadas que fue fecho en la era de mill et quatrocientos y dos” (1364). La fecha de la inscripción se corresponde con la era hispánica, que comienza el 38 a.C., por lo que coincide con el 1364 del calendario gregoriano común.

En su estructura original, si tenemos en cuenta que las galerías superiores a ambos lados son posteriores, la fachada se parecería mucho a la del Palacio o Torre de Comares en la Alhambra, construido más o menos por la misma época, quizás algo anterior.

Sevilla, por lo tanto, cuenta entre su enorme patrimonio, con una de las grandes joyas de la arquitectura palaciega en Europa, uno de los maravillosos tesoros que el arte mudéjar dejó en la ciudad.

 

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