EL CIELO Y LA TIERRA DE SEVILLA

La Exposición Iberoamericana de 1929

En la glorieta de San Diego, en el extremo norte del Parque de María Luisa, se conserva una estructura en forma de arco de triunfo con tres vanos que albergan las figuras alegóricas de España, en el centro, y de la ciudad de Sevilla en su dimensión material y espiritual, a ambos lados. En la parte central del zócalo se ubica una fuente, cuyo surtidor, bajo el pedestal de la escultura central, es un personaje barbado que arroja el agua por la boca.

Era el eje central de la principal entrada al recinto de la Exposición Iberoamericana de 1929 y fue diseñado por el arquitecto Vicente Través, después de que fuera rechazado un proyecto de Aníbal González, que dimitió como jefe de las obras de la muestra. La entrada contaba en realidad con cuatro puertas, que daban a las avenidas de Portugal y de Isabel la Católica a la izquierda, y a la avenida de María Luisa y hacia el Pabellón de Sevilla a la derecha.

La Exposición fue planteada como una posibilidad de reafirmar los lazos con la comunidad iberoamericana, cuando hacía pocos años que España había perdido los últimos reductos de su imperio de ultramar. La ciudad veía la oportunidad de realizar profundas mejoras a raíz de un evento de tal magnitud, y desde el gobierno central se vio la idea como una ocasión para fomentar una cierta relación privilegiada con aquellos países con los que conformaba una comunidad histórica. El proyecto contó también con un entusiasta apoyo del rey Alfonso XIII, que intervino directamente en algunos aspectos de la organización, llegando a visitar la ciudad en más de treinta ocasiones desde el inicio de los trabajos preparatorios. Sin embargo, desde su planteamiento en 1909, el proyecto se fue retrasando constantemente y no fue hasta la dictadura de Primo de Rivera, a partir de 1923, cuando contó con un impulso más decidido.

En las décadas previas al evento, la ciudad experimentó una profunda transformación urbanística. La Exposición ocupó un amplio espacio que tenía su núcleo en el Parque de Maria Luisa, con las plazas de España y de América como sus principales focos monumentales. Alrededor de él, se urbanizó una extensa zona que llegaba hasta el actual campo del Betis, que fue en origen el estadio de la Exposición, abarcando prácticamente todo el espacio entre la avenida de la Palmera y el río. Más al sur se construyó Heliópolis, un barrio residencial que ha llegado hasta nuestros días y que estaba destinado a albergar a técnicos y visitantes.

En ese amplísimo recinto se distribuyeron los pabellones de la inmensa mayoría de países americanos, incluyendo a Estados Unidos y a Brasil. Estaban también representados Portugal, entendido además de como vecino como miembro de la comunidad iberoamericana, y los territorios africanos de Marruecos y Guinea. Estaban representadas también la ciudad de Sevilla, las provincias andaluzas y la mayoría de regiones españolas. Había también pabellones de firmas privadas, como Cruzcampo, y de grandes empresas estatales, como Telefónica. En el núcleo del que hemos hablado en torno al parque se ubicaban el pabellón de España y la plaza principal del recinto, a un lado, y los pabellones de la Casa Real, de Arte Antiguo y de Bellas Artes, en torno a la plaza de América, en el otro lado.

Por suerte, Sevilla ha conservado este marco monumental para el parque de María Luisa, con algunas de las obras maestras del arquitecto Aníbal González, creando un hermosísimo espacio urbano en el que se muestra un espléndido repertorio historicista. En cada uno de los edificios del conjunto se recrea un momento de nuestra historia del arte. El gótico en el Pabellón Real, el mudéjar en el pabellón de Bellas Artes, el estilo renacentista en el pabellón de arte antiguo y el barroco en el pabellón y plaza de España. Todo ello en torno a uno de los jardines más hermosos del país. Una de las grandes joyas de Sevilla.

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Pero la transformación urbana no se limitó a los espacios ocupados por la Exposición. Se emprendieron toda una serie de reformas que alteraron de manera notable la fisonomía de la ciudad, al igual que lo haría décadas más tarde la Exposición Universal de 1992. Ambos eventos supusieron un revulsivo para la ciudad en sus respectivos momentos, siendo indispensables para explicar las características de la Sevilla que ha llegado hasta el siglo XXI.

Para la de 1929, se construyó la llamada corta de Tablada en el río, que simplificaba el discurrir del Guadalquivir al sur de la ciudad, volviendo a hacerlo navegable hasta su puerto. En el terreno urbano, se produjo el ensanche de numerosas calles, como la avenida de la Constitución, Puerta Jerez, la Campana, San Jacinto y Mateos Gago. Además, muchas otras fueron remodeladas y pavimentadas. 

Fue un momento decisivo también para el impulso de la arquitectura regionalista, ya que se emprendieron programas para dotar al caserío de Sevilla de unos rasgos que se consideraban propios de la casa andaluza. Especialmente en el barrio de Santa Cruz, se reformaron fachadas, patios, calles y plazas, con un criterio esteticista que le dio buena parte de los rasgos que lo hacen uno de los más visitados de la ciudad en la actualidad. Además, se construyeron numerosos hoteles para el alojamiento de los visitantes, como el magnífico Gran Hotel Alfonso XIII, diseñado en estilo regionalista por José Espinau Muñoz, y otros como el Cristina o el hotel Colón, llamado originalmente Majéstic.

En definitiva, fueron unos momentos de gran esfuerzo colectivo en la ciudad tratando de mostrar su mejor imagen ante el mundo. Siguiendo ese espíritu, en el centro de la entrada monumental al recinto de la exposición, se colocaron las mencionadas alegorías de España y de Sevilla, simbolizando de alguna manera la bienvenida ofrecida por la ciudad y la nación en su conjunto. 

Para la realización de las esculturas laterales se eligió Enrique Pérez Comendador, un joven escultor cacereño que por entonces apenas contaba con 28 años. La obra de este escultor fue bastante prolífica durante toda su vida, especializado sobre todo en monumentos públicos, ya que su estilo encajaba muy bien con la finalidad de ensalzar a los personajes representados, al conjugar un realismo de formas muy clásicas con la simplificación de los volúmenes y una renuncia al detalle, que se consideraba que eran propios del estilo “moderno”. Fue siempre bastante fiel a los dictámenes académicos del momento en la ejecución de sus obras y mostró una especial habilidad para desarrollar temas alegóricos y de engrandecimiento de personajes heroicos, tan del gusto del arte oficial durante el franquismo. 

Sin embargo, su carrera como autor de monumentos públicos se había iniciado mucho antes del advenimiento de la dictadura, como vemos en el caso sevillano. Durante la República se presentó al concurso para la realización de un monumento a Pablo Iglesias en el Parque Oeste de Madrid, que finalmente no resultó elegido. La propuesta de Pérez Comendador consistía en una estructura escalonada de proporciones gigantescas, decorada con relieves alusivos a obreros de diversos ámbitos, y presidida por la escultura del fundador del Partido Socialista en actitud de caminar.

En Sevilla realizó algunos trabajos antes de 1929, también de carácter público, como la estatua de Alfonso X que aparece en el pedestal del monumento a Fernando III en Plaza Nueva, justo frente al ayuntamiento. Reproduce aquí las líneas clásicas y solemnes en la representación de personajes históricos de las que hemos hablado, participando en un proyecto conjunto con otros escultores bajo la dirección del arquitecto Juan de Talavera.

Años más tarde realizaría el monumento a la infanta María Luisa colocado en el parque que lleva su nombre y que fue cedido por ella a la ciudad de Sevilla. La escultura original en piedra fue sustituida en los años sesenta por una copia en bronce, que es la que podemos ver hoy en el parque. La original se encuentra en los jardines de acceso al ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, que tiene como sede el Palacio de Orleáns-Borbón, residencia de verano de la infanta y su esposo. Muestra a María Luisa sedente, con una mano sobre el regazo y sosteniendo una flor con la otra. Esculpida de una forma muy austera, con muy poco detalle en sus rasgos y vestimentas, lo que la dota de una gran solemnidad. El periodista Luis de León la describió así en un articulo publicado en “La Independencia” el 3 de mayo de 1928:

Es la Infanta en la última época de su vida, es el alma que ha pasado por el dolor, los sinsabores y los desencantos del mundo, la madre que ha sufrido en su corazón las más dolorosas pruebas y busca en el bien, en la caridad, en la práctica de la misericordia el único consuelo de las almas grandes.

Muy poco después de realizar la escultura de la Infanta, Pérez Comendador realiza las dos figuras alegóricas de la Glorieta de San Diego. Él las llamó La riqueza espiritual y material de Sevilla, aunque fueron rebautizadas en un artículo escrito por el poeta Alejandro Collantes de Terán como El cielo y la tierra de Sevilla. Se trata de dos figuras femeninas de claras reminiscencias clásicas, vestidas con unas túnicas que muestran de manera muy clara el efecto de paños mojados, por lo que las rotundas formas de los cuerpos son perfectamente visibles.

La figura situada a la izquierda del espectador es la riqueza material de Sevilla. Sus formas son más redondeadas y tiene más soltura en su postura. Sostiene elevada una naranja en su mano derecha y en la izquierda sujeta un racimo de uvas y un manojo de espigas de trigo, como símbolos de la fertilidad de la tierra. Su rostro tiene una expresión entre pícara y amable, enmarcado por una cabellera semirecogida con un cierto aire andaluz, como muestran los mechones sueltos que forman caracolillos en torno a la cara.

La otra figura es la que representa a la riqueza espiritual de Sevilla. Su principal atributo es una pequeña Inmaculada de rasgos montañesinos que sujeta en su mano derecha. Con ella se hace referencia a la férrea defensa que la ciudad hizo siempre del dogma de la Inmaculada Concepción y en general a su su profundo carácter mariano. En este caso, la figura alegórica muestra una postura algo forzada, cos rasgos más rígidos y menos naturalismo, probablemente buscando una mayor solemnidad. En el rostro recuerda a las esculturas del período arcaico del arte griego, por la falta de expresividad y por esa característica media sonrisa congelada. Aunque también deja ver algunos caracolillos de pelo en torno a la frente, la mayor parte de la cabellera aparece cubierta, seguramente como signo de respeto ante la imagen que porta y lo que simboliza.

Ambas imágenes flanquean una majestuosa alegoría de España, obra del escultor sevillano Manuel Delgado Brackenbury. Sus rasgos son más naturalistas y clásicos que en las de Pérez Comendador, aunque ambos coinciden en el uso de algunos recursos estilísticos, como el uso de la técnica de los paños mojados para dejar entrever las formas del cuerpo. La figura aparece de pie, con una pierna levemente adelantada, en una postura que le aporta gran solemnidad. Viste una túnica ceñida bajo el pecho y sobre su cabellera recogida porta una corona real abierta, símbolo de la monarquía española. Apoya su brazo derecho sobre un gran escudo de España y el derecho sobre un león, que posa a su vez su pata sobre un globo terráqueo, símbolo de la soberanía española. Hay que recordar que el león y no el toro ha sido el animal que más ha simbolizado a nuestro país a lo largo de su historia, apareciendo profusamente desde la Edad Media en multitud de soportes, como monedas, representaciones pictóricas o elementos arquitectónicos. 

En conjunto, conforman una espléndida portada para un evento en el que tanto Sevilla como España intentaron mostrar su mejor imagen ante el mundo, con firmes esperanzas de que un evento como la Exposición Iberoamericana sirviera como acicate para el ansiado desarrollo y modernización de la ciudad. Fue inaugurada en una deslumbrante ceremonia en la Plaza de España el 9 de mayo de 1929. Al acto acudieron las principales autoridades locales y estatales, con la presencia del Gobierno en Pleno y la Familia Real. Fue presidido por el Alfonso XIII, que tanta ilusión había mostrado por el proyecto. Pocos podían imaginar en un momento de tal exaltación patriótica que el rey se enfrentaba ya a los últimos momentos de su reinado. En menos de dos años caería la dictadura de Primo de Rivera, arrastrando con ella a la monarquía y Alfonso fue enviado al exilio. 

Se abrió entonces un período republicano, ilusionante pero enormemente convulso, interrumpido en pocos años por una cruentísima guerra civil seguida por una larga y dura posguerra. La Exposición había servido para sentar las bases de una cierta transformación urbana y para reactivar de manera notable la economía de la ciudad, pero las circunstancias no permitieron que estas mejoras sirvieran como base de un verdadero desarrollo, que tendría que esperar todavía unas décadas.

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