Santa Marina se sitúa en la calle San Luis, que históricamente fue el principal eje de salida de la ciudad hacia el norte. Es una de las iglesias más antiguas de Sevilla, ya que pertenece al llamado “primitivo tipo parroquial sevillano”, junto con San Julián y Santa Lucía. Todas ellas iniciaron su construcción en la segunda mitad del siglo XIII, poco después de la conquista cristiana de la ciudad.
Pero probablemente sea Santa Marina en la que es posible ver de una manera más clara los rasgos definitorios de este tipo y del estilo gótico mudéjar en el que fueron construidas. Esto es debido a que es la menos modificada en su estructura original, a pesar de varios grandes incendios sufridos a lo largo de su historia. El más grave tuvo lugar en 1936, en el marco de los disturbios del inicio de la Guerra Civil, y la iglesia quedó en tan mal estado que tuvo que ser en gran parte reconstruida, incluyendo unas nuevas cubiertas de madera, ya a mediados del siglo XX. En 1981 las cubiertas sufrieron un nuevo incendio y el templo hubo de ser restaurado de nuevo a mediados de los 80, alcanzando la fisonomía con la que ha llegado hasta nuestros días. En la actualidad depende de la parroquia de San Julián y es la sede de la Hermandad de la Resurrección.
Sin embargo, esta sucesión de episodios catastróficos ha permitido que prácticamente no haya llegado hasta nosotros casi ninguno de los aditivos ornamentales que se fueron añadiendo a la iglesia a lo largo de su historia. Las restauraciones se han enfocado enfatizando la belleza de los rasgos arquitectónicos del edificio por sí mismos, prácticamente desnudos de decoración. De esta manera, se ha configurado un templo en el que podemos ver de forma nítida los rasgos principales de su construcción original. Aunque muy reconstruido, es el prototipo más claro del gótico mudéjar del “primitivo templo parroquial sevillano”.
Este estilo se caracteriza sobre todo por suponer una síntesis de las aportaciones de dos tradiciones artísticas distintas: por un lado, el gótico que llegaba con la conquista cristiana, y por el otro, el arte hispano musulmán en el que se venían construyendo los edificios de la ciudad desde hacía siglos. Una vez que Sevilla pasa a manos cristianas, se imponen las formas y funcionalidades propias del estilo que llega con los nuevos señores, pero se siguen utilizando técnicas, materiales y determinados rasgos estilísticos propios del arte andalusí. Los cristianos se aprovechaban así del saber constructivo y de la mano de obra musulmana o de origen musulmán que había quedado en el reino de Sevilla tras su conquista.
Lo primero que llama la atención al entrar al templo es su amplitud y verticalidad, acentuadas por la desnudez decorativa de la que hablábamos. Cuenta con tres naves, la central más alta y ancha que las laterales, separadas por cinco arcos formeros apuntados que apoyan sobre pilares de sección cruciforme, construidos en ladrillo al igual que los muros laterales. Las cubiertas son de madera, ya del siglo XX, reproduciendo las formas del artesonado mudéjar.
En la cabecera, sobresale el profundo ábside poligonal o testero, que alberga el presbiterio. Al ser la parte central del templo, es en la que se respetan más las formas del arte gótico aportado por Castilla. Se encuentra cubierto por una bóveda ojival de nervaduras, que apoyan sobre delgadas columnas adosadas, entre las que se abren tres vanos, también apuntados y geminados, que iluminan el espacio y acentúan la sensación de ligereza y esbeltez propias del gótico.
Además del testero y la torre que se ubica a los pies, junto a la fachada principal, sobresalen de la planta rectangular del edificio sus capillas laterales: una en el lado de la epístola, tres en el lado del evangelio y una quinta en este mismo lado pero en la cabecera, junto al presbiterio, que es la Capilla Sacramental. Estas capillas son otro de los elementos más interesantes de Santa Marina, ya que responden en su tipología al modelo islámico de la qubba, que eran espacios de planta cuadrada cubiertos por cúpulas, generalmente semiesféricas. En el caso de las mezquitas, solían abrirse en los muros laterales para albergar enterramientos, y tras la conquista castellana, los cristianos adoptarán este modelo en casos como el de Santa Marina, construyendo sus capillas funerarias con esta misma tipología. Aunque muy restauradas, podemos ver en esta iglesia bellísimos ejemplos de las cúpulas con las que eran cubiertas, como en el caso de la gallonada de la capilla Sacramental o el de la espectacular cúpula de la capilla de la Aurora, decorada con lacería y mocárabes mudéjares de cierta inspiración nazarí.
La iglesia cuenta con tres puertas: dos en los muros laterales y otra a los pies, en la fachada principal. La decoración de esta fachada es prácticamente inexistente y se limita al cuerpo de la puerta en sí y a tres grandes óculos que se abren en la parte superior de cada una de las naves. En la misma línea de la fachada, en el lado del evangelio, se sitúa la torre campanario, de planta cuadrada, que encajaría perfectamente como alminar de una mezquita por sus rasgos estilísticos. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que los campanarios de algunas de las iglesias mudéjares de Sevilla pertenecían a mezquitas preexistentes y que fueron reutilizados como campanarios. Sin embargo, hoy sabemos que fueron construidos ya en época cristiana y la razón por la que se asemejan tanto a alminares es porque fueron construidas por los hijos, descendientes o aprendices de aquellos maestros alarifes que construyeron en su día las mezquitas andalusíes.
Centrándonos en la portada principal, muestra un modelo que se repite de forma casi idéntica en varias de las iglesias mudéjares de Sevilla. A pesar de lo tardío de su construcción, entre los siglos XIII y XV, muestran en muchos de sus rasgos una clara raíz románica, con algunos de los elementos más característicos de las portadas en este estilo. Por ejemplo, es de clara tradición románica el hecho de que estén constituidas por un cuerpo que sobresale del resto de la fachada cubierto por un tejaroz soportado por canecillos.
Es frecuente que estos canecillos adopten la forma de cabezas de león, tal y como ocurre con los catorce que aparecen en Santa Marina. El vano de la puerta está constituido por un arco ojival abocinado. La decoración escultórica es muy escasa y se limita a un par de frisos colocados sobre las impostas, a los capiteles de las jambas y a la parte externa de las arquivoltas, donde se dispone una franja con motivos zigzagueantes y otra con puntas de diamante. En las enjutas se sitúan las figuras de las cuatro santas de las que vamos a hablar, situadas bajo doseletes de forma gótica, y sobre el vértice, la figura sedente de Dios Padre, con ambos brazos alzados en acción de bendecir o de impartir justicia.
Desde un punto de vista estilístico, la decoración escultórica de Santa Marina está también más cercana al románico que al gótico. Aunque las esculturas y los relieves se hallan muy deteriorados, son visibles su hieratismo, esquematismo y la rigidez de sus formas. A pesar de pertenecer a finales del siglo XIII o al XIV, aun no hay en ellas prácticamente nada del naturalismo gótico.
Sin embargo, lo que sí presentan es un interesante programa iconográfico que merece la pena comentar. Obviamente, no se ha conservado ninguna documentación que nos diga a qué santa representa cada una de las figuras. Su identificación es bastante complicada, ya que los atributos que portan son muy escasos y están muy mal conservados, por lo que existen varias teorías.
De cualquier forma está claro que entre las santas representadas está santa Marina como advocación principal de la iglesia, ¿pero quién fue santa Marina? Lo primero que podemos decir es que quizás lo más correcto sería preguntarse ¿quiénes fueron santa Marina? Y es que dentro de la tradición de la iglesia católica existen al menos tres santas con este nombre, de orígenes distintos, pero cuyos relatos y atributos se suelen entremezclar como si fueran un mismo personaje.
La primera a la que debemos mencionar es santa Marina de Aguas Santas, cuya historia se ambienta en la Hispania del siglo II. Según la versión más común, sería hija de un gobernador romano llamado Lucio Castelio Severo, del que solo tenemos noticia a través de esta leyenda. La mujer del gobernador daría a luz mientras que este estaba de viaje y de un mismo parto nacerían Marina y otras ocho hermanas. Asustada por lo extraordinario del suceso y temerosa de ser acusada de infidelidad por su marido, la madre entregó a las niñas a una sirvienta para que se deshiciera de ellas ahogándolas en un río. Por suerte, la sirvienta era cristiana y lo que hizo fue repartir a las niñas entre varias familias amigas que profesaban esta fe.
Ya adultas, las niñas tuvieron que responder ante el gobernador acusadas precisamente de ser cristianas, momento en el cual se desvela que en realidad eran sus hijas. Lucio Castelio les ofreció entonces volver a su lado y disfrutar de un alto estatus a cambio de renunciar a su fe, pero estas se negaron y escaparon. Marina fue capturada y sometida a un cruel martirio que la tradición sitúa en la localidad orensana de Aguas Santas. Allí sufrió todo tipo de torturas para hacerla abjurar, pero la intervención milagrosa acababa por salvarla. Así, la intentaron quemar en un horno, arrojarla a un estanque y hasta desollarla con garfios sin conseguir doblegar su fe. Finalmente, el gobernador mandó decapitarla y al caer al suelo su cabeza dio tres golpes mientras decía “creo, creo, creo”. En los sitios donde golpeó se abrieron tres fuentes de agua, que aún hoy son consideradas milagrosas.
En cuanto a los atributos con los que se la suele representar, podemos decir que son escasos y algo confusos. Además de las palmas del martirio, que suelen aparecer casi siempre, lo más común es representar a la santa portando una cruz alzada, a veces como único atributo. En otras ocasiones puede portar también un libro, símbolo de su fidelidad a los evangelios, y sobre todo en Galicia se la representa a veces junto a un horno, recordando uno de sus martirios, como ocurre en las imágenes que son veneradas en Sarria (Lugo) y Cambados (Pontevedra). En la mayoría de los casos, aparece también con un dragón o figura similar a los pies. Este elemento, más que hacer referencia a su propia historia, se incluye por asimilación con otra santa Marina de la que hablaremos ahora, ya que, como hemos indicado, es muy común que en la difusión popular de sus historias ambas se entremezclen como un mismo personaje.
Esta santa entremezclada casi siempre con la Marina gallega es santa Margarita de Antioquía, venerada por la Iglesia ortodoxa como santa Marina de Antioquía. La versión más común de su historia nos dice que Margarita vivió hacia el siglo III. Era hija de un sacerdote pagano, pero por influencia de su nodriza se convirtió al cristianismo, razón por la que el padre acabó repudiándola, ante su negativa a renunciar a su nueva fe. La joven se buscó entonces el sustento como pastora y, estando un día en el campo con su rebaño, se cruzó con ella el prefecto romano Olibrio, que al instante quedó prendado por su belleza.
Margarita le dejó claro que era cristiana y que la historia era imposible. El gobernador intentó entonces hacerla recapacitar encerrándola. Ella se sentía tan atormentada que según se cuenta en la Leyenda Áurea, pidió al Señor que le mostrara a su enemigo. Entonces se le apareció un dragón que intentó devorarla, pero ella lo hizo huir haciendo la señal de la cruz. Sin embargo, la versión más extendida de este episodio es que el dragón acabó por comerse efectivamente a la santa, pero esta salió indemne de sus entrañas empuñando una cruz.
De cualquier forma, el gobernador romano persistió en su intento de hacer abjurar a Margarita y la sometió a todo tipo de torturas, azotándola, atravesándola con clavos y rasgándola con ganchos, todo ello sin resultados. En un momento de su martirio, las cadenas que la ataban se rompieron milagrosamente, apareció una aureola en torno a su cabeza y una paloma descendió posando sobre ella una corona de oro. Finalmente, el tal Olibrio mandó decapitarla, a ella y a todos los cristianos de la región, desencadenando una persecución que según la leyenda acabó con la vida de 15.000 cristianos.
En general se la representa portando una cruz en una mano y la palma del martirio en la otra, casi siempre con un dragón sometido a sus pies. A veces sujeta también un libro y es frecuente que aparezca tocada con corona.
Todavía hay otra tercera santa con una historia entremezclada a veces con las de las dos anteriores. Se trata de santa Marina de Bitinia. Su historia aparece también en la Leyenda Áurea de Santiago de la Vorágine y está ambientada en la zona del actual Líbano en el siglo IV. Al morir la madre de Marina, su padre, que al parecer era un cristiano muy piadoso, decidió entrar en un convento. Para no separarse decidieron que Marina se hiciera pasar por un muchacho y entrara en el convento con él con el nombre de Marino. Cuando el padre murió, la joven siguió viviendo allí como un monje más.
En cierta ocasión, la hija de un posadero de la zona quedó embarazada y dio a luz a un niño, acusando a “Marino” de ser el padre. El posadero se presentó en el convento con el niño, pero la santa no se defendió por no desvelar su verdadera identidad. Así que fue expulsada de la comunidad, quedándose a vivir en la calle, a las puertas del convento, junto con el niño, del que se hizo cargo. Vivía de la caridad y con el tiempo, al ver el resto de monjes su carácter piadoso, la readmitieron en el convento, donde pasaría el resto de su vida. Solo después de morir, al ser amortajada, se descubrió su verdadera identidad, iniciándose desde entonces su veneración como ejemplo de una vida cristiana de entrega. Se la representa con hábitos monacales, portando también una cruz, y acompañada de un niño.
Todas estas historias se representan en cierta medida en la fachada de santa Marina, aunque es difícil identificar qué figuras están haciendo alusión a cada uno de los episodios narrados. Rafael Cómez Ramos, en un trabajo de 1978 titulado “El programa iconográfico de la portada de Santa Marina de Sevilla”, propuso que en realidad todas las figuras representan a Santa Marina, entendida como una síntesis de los distintos relatos que originalmente provenían de personajes diferentes.
En el friso de la imposta del lado del Evangelio, junto con decoración vegetal muy esquemática, aparece una figura humana que parece conducir un grupo de tres animales, todo muy toscamente labrado. Con toda probabilidad, se está haciendo alusión al episodio de Margarita-Marina de Antioquía en el que se encuentra con el prefecto Olibrio, mientras ejercía de pastora. En el friso del otro lado se ve el cuerpo de un animal hinchado del que emerge un cuerpo humano portando una cruz. Se trataría de una representación del episodio fabulesco en el que santa Margarita sale indemne después de haber sido devorada por el dragón.
En la parte inferior de la enjuta más cercana a la torre, se sitúa una santa, que además de la corona, solo porta como atributo un elemento circular en su mano izquierda. Generalmente se ha entendido que se trata de una rueda, lo que ha llevado a la identificación de la figura con santa Catalina. Por su parte, Rafael Cómez defiende que se trata en realidad de una cruz patada inscrita en un círculo. De esta forma, la iconografía encajaría con santa Marina en cualquiera de sus versiones, ya que en todas ellas suele representarse portando una cruz. Sin embargo, hay que decir que junto al pie derecho de la figura aparece un volumen difícil de identificar por su deterioro, pero que podría representar la cabeza del emperador Majencio, un atributo muy frecuente de santa Catalina, lo que reforzaría la hipótesis de que en este caso es ella la representada.
Algo más arriba y más centrada, se sitúa otra figura femenina también coronada, sedente, con un niño sobre su lado derecho. Los atributos son enormemente parecidos a los de una Virgen María en Majestad, lo que ha hecho que con frecuencia sea interpretada de esta forma. Sin embargo, hay que fijarse en el detalle de la ubicación del niño. En el caso de la Virgen, Jesús es representado en su lado izquierdo, lo que a ojos del espectador coloca al hijo de Dios a la derecha. Así que en el caso de nuestra iglesia, el personaje representado es en realidad santa Marina de Bitinia (santa Marina el Monje), que lleva en brazos al niño del que se hizo cargo.
En la enjuta del lado de la epístola, la imagen inferior aparece erguida y en la misma actitud hierática que el resto, con la corona y un libro que porta sobre el pecho como únicos atributos. Al igual que la cruz, el libro es un elemento recurrente en las representaciones de santa Marina en todas sus versiones, por lo que es posible que se trate de una representación genérica de la misma.
Sobre ella, la última figura, coronada como todas, muestra también un libro en idéntica posición, y junto a su pie derecho aparece, también en esta ocasión, un volumen difícil de identificar. La túnica de la santa parece estar atravesada en diagonal por una línea que se podría corresponder con una cruz alzada. A partir de aquí existen dos interpretaciones: que el volumen junto al pie sea una torre y estemos hablando de santa Bárbara, o que sea un dragón sometido por la cruz, en cuyo caso se trataría de santa Marina. Hay que recordar aquí que en el reino de Castilla el dragón aparecía sometido bajo esta santa en la inmensa mayoría de sus representaciones.
De cualquier forma, este conjunto de relatos nos ayudan a entender la complejidad del lenguaje iconográfico desarrollado en el arte medieval. La iglesia de santa Marina no solo es un bellísimo ejemplo del estilo de una época, sino que también nos puede hablar de todo el sistema de creencias que lo impregnan, acercándonos de alguna manera al particular sentimiento religioso y a la espiritualidad de los sevillanos del pasado. Sus creencias estaban asociadas a unos códigos artísticos muy complejos, hasta el punto de que son difíciles de interpretar con precisión desde una mirada actual.